Ha comenzado el verano y con él la sucesión imparable de fiestas en un lado y en otro. El verano nos despierta las ganas de disfrutar y desahogarnos. Las vacaciones y los eventos festivos favorecen esa inclinación al regocijo en común, a la diversión callejera. Llega el momento de la expansión, de salir y de saltar, de relacionarnos más con amigos y conocidos, de abandonar el recogimiento invernal y las obligaciones del trabajo.
Todo esto que está muy bien y es tan necesario para mantener el equilibrio, sin embargo, suele ir acompañado de algunos comportamientos, cuando menos, poco educados y molestos, como si el concepto fiesta implicara necesariamente la ideas de enojo, incomodidad, desagrado o fastidio, ya que durante las mismas debemos aguantar con imperturbable estoicismo los comportamientos poco o nada cívicos de una parte de la población.
Da la impresión de que durante el período festivo una parte de la ciudadanía suspende la capacidad para enjuiciar y distinguir lo civilizado de lo bárbaro, mientras otra parte se permite acciones que nunca realizaría en otro momento del año, como orinar donde nos venga en gana, deshacernos de lo que tenemos dejándolo en cualquier sitio, excepto en una papelera o un contenedor, gritar como posesos a las 3 de la mañana junto a las viviendas donde duermen personas más tranquilas o quienes deben trabajar al día siguiente.
Como veis, no me estoy refiriendo a esos comportamiento que rayan en lo delictivo o que abiertamente lo son, y que vienen provocados muchas veces por haber ingerido en exceso alcohol o cualquier otro tipo de sustancia. No, me estoy refiriendo a esos comportamientos que mantenemos en fiestas gente que nos tomamos por educadas y respetuosas, pero que cuando se da el pistoletazo de salida acudimos a desfogarnos como si lo que hiciéramos en ese momento fuera lo más normal del mundo, o como si en fiestas no fuese necesario seguir siendo personas que viven con otras personas.
Lo que me preocupa es ese grado de relajación que nos permitimos cuando llegan las fiestas y que parece haber sido aceptado de forma generalizada. Lo que me preocupa es que lleguemos a interiorizar que durante un período del año aceptemos que vivir en sociedad es dejar entre paréntesis el cuidado de nuestra ciudad y abandonar el respeto que nos merecemos.
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