jueves, 1 de abril de 2021

BAILARINAS Y FAUNO

Bailarinas. Paseo del Urumea.

No, no estamos ante ningún grupo escultórico de gran interés artístico. Ni tan siquiera se sabe quién lo hizo, si bien en algún sitio he visto que se atribuye al escultor italiano Antonio Frilli, y que se puede ver la firma en la base. Edorta Kortadi lo data en 1911, aunque el Atlas de esculturas de San Sebastián solo dice que es del primer tercio del siglo XX. Según Luis Murugarren se trajo de Italia cuando se renovó el Alderdi Eder y el Boulevard.

Sea como fuere, el caso es que ahí están ellas, alegres y risueñas, después de haber recorrido diversos puntos de la ciudad y de haber sufrido algunos percances, como la pérdida del brazo por parte de la bailarina central, que, afortunadamente, ha sido restaurado. 

Acaso la alegría de las danzantes proceda de lo próximas que se encuentran del dios Pan. Tan solo un puente y algo más de cien metros las separa de un futuro juguetón. O tal vez no.

Pan niño. Plaza de España.

 Y ahí está él, niño y descuidado, sin importarle lo más mínimo la tormenta que se está formando en el horizonte próximo, amenazando con dejar caer el contenido de medio océano sobre nuestras cabezas en breve tiempo. 

Tampoco hay aquí intención artística que vaya más allá del adorno urbano de calles, parques y jardines. Ni tan siquiera está la escultura censada en el Atlas de esculturas. 

Tanto este fauno tocando la flauta como las bailarinas del otro lado del Urumea, tienen ese aire infantil, casto e inocente, de decorado de una ciudad victoriana que se gusta a sí misma y percibe el futuro con optimismo.

A pesar del candor un poco simplón que transmiten ambas, a mí me gustan, quizás por la extraordinaria sencillez con que se presentan, por ese estar ahí sin importancia y sin pretensiones o, tal vez, por esa marmórea blancura que en días luminosos incita a tocarlas y fotografiarlas.

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