sábado, 23 de diciembre de 2017

ANNA AJMÁTOVA,1 (Yo y Anna Ajmátova)

La primera aproximación a la escritora rusa va a ser a través de Benjamín Prado y su poema "Yo y Anna Ajmátova", del poemario Todos nosotros (Hiperión, 1988). Tal vez, un poema y una nota no sean el medio más ortodoxo para acercarnos a una vida y una obra, pero estoy seguro de que son perfectamente eficaces para involucrarnos en las circunstancias afectivas de Ajmátova. El poema se acompaña de una larga nota que aparece en la página 86, y que recojo completa.


YO Y ANNA AJMÁTOVA
(1890-1966)

Este poema empieza una mañana
de octubre.
                  Aún hace sol.
                                     En el jardín
dos gatos negros beben
agua de la piscina
                           y yo me digo:
"Brian Jones". Las piscinas vacías siempre me hacen 
pensar en Brian Jones.
                                 Tengo en la mano
un libro de Anna Ajmátova que dice: En el futuro
arderán lentamente las cosas del pasado.

Después
             pienso:
                        Yo soy mi última bala.
Pero no sé por qué.
                             Después vuelvo
otra vez a los gatos.

Ana Ajmátova está en los 30.
Por las mañanas sube a un autobús —tal vez
el autobús es rojo— y luego anda
despacio sobre el hielo,
                                   hasta una cárcel
de Leningrado, en donde está su hijo
Lev Gumiliov— y vuelva a ponerse en fila.

Yo pienso en mi poema, 
pienso en algo que explique
tu corazón que mueve muy despacio los árboles,
la noche que me espera en el fondo de los ríos.

Anna Ajmátova cruza avenidas oscuras,
siente el frío que crece como un fruto en sus manos,
la nieve que se quiebra bajo cada pisada
lo mismo que un pequeño esqueleto de paloma.

Yo oigo el atardecer lleno de hombres cansados,
Lev Gumiliov, la noche arrojada a los perros.
Ella escucha a lo lejos un martillo
                                                 y se dice:
—Golpes que tienen forma de ciudad destruida.

Tuvo que ser así:
                         Hunde las manos
en su miedo
                   y encuentra una palabra.
Luego, da el primer paso que la lleva
hasta donde yo estoy: este jardín
y la tarde que viene
                              y las hojas caídas
en donde el viento arrastra su ángel despedazado.


La nota dice así: 

La escritora rusa Anna Ajmátova trabajó en su Poema sin héroe desde 1940 a 1962. En él, traza un símbolo del sufrimiento de todos aquellos que fueron perseguidos tras la Revolución de 1917. Después de haber encabezado la modernidad literaria rusa y haber vivido una historia llena de éxitos y de lujo, fue denunciada públicamente por Maiakovski como autora de un arte no revolucionario y cayó en desgracia ante las autoridades bolcheviques. Su primer marido, Nikolai Gumiliov, fue fusilado de 1921, tras ser acusado injustamente en una conspiración. Su hijo Lev fue arrestado en 1938 y condenado al año siguiente. Su único delito fue, precisamente, ser hijo de Ajmátova y del traidor Gumiliov. La escritora iba todos los días a la cárcel de Leningrado donde estaba preso Lev y se ponía en una larga fila formada por otras trescientas madres de reclusos. Cada mañana, avanzaba lentamente llevando en las manos algo para su hijo: ropa, tabaco, un poco de comida, algún libro... hasta llegar a un policía que se encargaba de recoger provisiones. Los condenados no necesitaban siempre las cosas que les llevaban sus familiares, pero estos seguían yendo a las puertas de la cárcel cada mañana para cerciorarse de que aún estaban vivos: cuando no era así, el policía se limitaba a consultar una lista y devolver el paquete de víveres a quien lo había llevado.

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