Sabía ya de algunas peculiaridades y caprichos del número π, pero en este divertido y asequible libro de Michaël Launay —aquí tenéis una reseña completa— me he encontrado con un par de curiosidades que seguramente toda persona aficionada a las matemáticas ya conoce, pero que a mí, ignorante en estas lides, me han sorprendido sobremanera.
La primera es que los matemáticos conjeturan que cualquier secuencia de cifras puede encontrarse en algún momento entre los decimales que componen el número. De hecho, existe un buscador en internet para que podamos entretenernos comprobándolo. Según parece, uno de los pasatiempos más extendidos es averiguar en qué posición aparece la secuencia formada por las cifras que componen la fecha de nacimiento propio. Podéis animaros.
La otra, es que existen composiciones ¿poéticas? que reconstruyen los primeros guarismos de este extraordinario número a manera de reglas mnemotécnicas para que quienes lo aprenden por primera vez no se olviden de él. En este caso, cada palabra de la composición tiene tantas letras como el número a que corresponde. Así, por ejemplo:
Soy y seré a todos
definible
3
1 4 1
5 9
mi nombre tengo que daros
mi nombre tengo que daros
2
6 5 3
5
cociente diametral siempre inmedible
cociente diametral siempre inmedible
8 9 7 9
soy de los redondos aros
soy de los redondos aros
3
2 3 8 4
Desconozco totalmente si en algún caso resulta necesario recordar una secuencia de números más allá del famoso 3,14159 —como mucho— con el que se suele operar, ya que el valor numérico de π aparece recogido por doquier, y el alumnado dispone de él en sus libros de iniciación a la geometría y las matemáticas.
Pero lo que me resulta de todo punto chocante es que alguien pueda entretenerse componiendo algo que recoja los primeros ¡3835! dígitos del bueno de π. Sin duda, toda una hazaña para los pifilólogos. ¿Arte por el arte? ¿Escritura matemática a partir de la alfabética? ¿Desarrollo cognitivo multidisciplinar? ¿Postpoesía?
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