Hay personas que están especialmente dotadas para el uso de las palabras. No digo que sean grandes constructores de historias, que normalmente sí. No digo que tengan una imaginación prodigiosa para inventar situaciones, personajes y lugares, que también. No, no digo eso. Lo que digo es que son personas a las que no podemos dejar de escuchar o de leer una vez se ha iniciado la tarea, porque lo que hacen con ellas es tan fabuloso que quedamos gozosamente atrapados en sus redes.
Raro don del que solamente disfrutan algunos seres extraordinarios en su doble vertiente oral y escrita. Que si raro es dominar la palabra escrita con la destreza del maestro bonaerense, más raro es todavía disponer simultáneamente de ambos dones.
Es sabido que Borges difícilmente se reconocía en aquello que había dicho. No asumía plenamente nada más que lo que había escrito. En este sentido, recuerdo haber leído o escuchado en alguna parte una anécdota sobre el libro Borges oral. Alguien se le acercó pidiéndole una firma y él respondió que ese libro no era suyo, que se lo habían robado.
Robado es también este otro que apareció en el 2000, cuando el autor llevaba 14 años muerto. En él se recogen seis conferencias que ofreció en Harvard durante el curso 1967-68 en torno a la creación literaria. Y podemos decir que es un libro robado, tal vez, en un triple sentido: nunca lo escribió, ha tenido que ser traducido del inglés (Justo Navarro), pues lo que allí expuso lo hizo en ese idioma, y no sabemos si él hubiera dejado que se publicara.
Además del gozo de las seis ponencias borgianas —a cuál más interesante, a cuál más hermosa, a cuál más llena de sabiduría—, el libro dispone de un estupendo prólogo de Gimferrer y unas no menos estupendas notas de Calin-Andrei Mihailescu, que se encarga también de cerrar el volumen con un esclarecedor epílogo. Una delicia para una tarde lluviosa de este verano que no termina de arrancar.
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