Tenemos
un régimen político que no emula las leyes de otros pueblos, y más que imitadores
de los demás, somos un modelo a seguir. Su nombre, debido a que el gobierno no
depende de unos pocos sino de la mayoría, es democracia. En lo que concierne a
los asuntos privados, la igualdad, conforme a nuestras leyes, alcanza a todo el
mundo, mientras que en la elección de los cargos públicos no anteponemos las razones
de clase al mérito personal, conforme al prestigio de que goza cada ciudadano en
su actividad; y tampoco nadie, en razón de su pobreza, encuentra obstáculos
debido a la oscuridad de su condición social si está en condiciones de prestar
un servicio a la ciudad. En nuestras relaciones con el Estado vivimos como
ciudadanos libres y, del mismo modo, en lo tocante a las mutuas sospechas
propias del trato cotidiano, nosotros no sentimos irritación contra nuestro
vecino si hace algo que le gusta y no le dirigimos miradas de reproche, que no
suponen un perjuicio, pero resultan dolorosas. Si en nuestras relaciones
privadas evitamos molestarnos, en la vida pública, un respetuoso temor es la
principal causa de que no cometamos infracciones, porque prestamos obediencia a
quienes se suceden en el gobierno y a las leyes, y principalmente a las que están
establecidas para ayudar a los que sufren injusticias y a las que, aun sin
estar escritas, acarrean a quien las infringe una vergüenza por todos
reconocida.
Estas líneas son un breve fragmento del discurso fúnebre que Pericles pronuncia en honor de los atenienses caídos en la batalla. Es uno de los discursos más famosos y más conmovedores de la historia. Todo estudiante de Historia lo conoce y, sin duda, ha tenido que comentarlo alguna vez. Este discurso sería suficiente motivo como para leer la Historia de la guerra del Peloponeso.
La obra es algo así como el primer texto de auténtica historia de la humanidad, pues si bien Heródoto es anterior y redactó su Historia unos cuantos años antes, Tucídides será el primero que se esfuerce en recoger la evidencias para luego narrarnos los hechos de la forma más objetiva posible, o, por lo menos, en quitar a los dioses de en medio para justificar las actuaciones humanas.
La Historia tiene además otros méritos, como son el ser la primera obra que narra una guerra civil (que no otra cosa fue esa guerra entre griegos), ser un excelente material literario (en mi opinión es mejor como obra literaria que como libro de historia), y ser una lección sobre la condición humana, pues mientras la leemos no podemos dejar de formularnos esta pregunta: ¿es inevitable la guerra?
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