lunes, 31 de diciembre de 2012

RITOS, MITOS, CREENCIAS Y RACIONALIDAD

Sobre aquello que creemos nada podemos decir salvo enunciar la propia creencia, puesto que es una cuestión de fe; es decir, estamos convencidos de que tal o cual cosa es como es, pero no disponemos de ningún elemento objetivo, racional, para poder formular en torno a él un discurso. Más claro: alguien puede estar convencido de la existencia de un dios, mas no podrá convencer argumentalmente a nadie de que eso es así, porque no podrá aportar ni una sola prueba que lo confirme. Y siendo esto así, lo curioso es que haya muchos más creyentes que no creyentes.

Otro tanto ocurre con los ritos sociales —nacimiento, bodas, funerales, festejos en general—. Son fórmulas sin ningún fundamento racional, que se aceptan mayoritariamente y que se transmiten de generación en generación. Surgieron en algún momento de la historia pasada y desde entonces se vienen repitiendo o, como mucho, se han amoldado a los gustos, modas o conveniencias de la época. Tanto es así, que una persona que cuestione los rituales de su entorno es considerada, como mínimo, una persona rara.

Todos sabemos que creencias, ritos, costumbres, usos, normas y demás parafernalia forman parte de la cultura, lo mismo que las formas de gobierno que nos hemos dado, los conocimientos que tenemos sobre las matemáticas o las instituciones que hemos ido construyendo para manejarnos en sociedad. Y esto es así en todas las culturas. En las culturas muy elaboradas y en las culturas menos complejas; en las que poseen una gran riqueza de formas y expresiones, y en las que son más parcas.

Toda convención social, en sí misma, tiene una función pragmática, como es ayudar a los individuos para que puedan integrarse cómodamente en su grupo sin tener que estar planteándose continuamente qué hacen, cómo responden en cada momento a todos y cada uno de los estímulos que reciben. Son algo así como las marcas y señales de la carretera, nos facilitan la conducción, de tal forma que no tenemos que plantearnos continuamente nuestra actuación. Esto es así y está bien desde el punto de vista de la comodidad.

Otra cosa bien distinta es que habiendo evolucionado como lo hemos hecho, todavía mantengamos rituales pegados al más estricto neolítico, cuando no al paleolítico. Otra cosa es que una sociedad urbana, cuyos principios básicos de funcionamiento y desarrollo son básicamente racionalistas y científicos (todos los conocimientos científicos cambian y con ellos sus aplicaciones), mantenga ritos y creencias que respondían a una sociedad rural, agraria y cuasi nómada. Esto es, que base su comportamiento ritual en fórmulas mágico-supersticiosas propias de la sociedad que habitaba en las cavernas.

Quien haya paseado por este blog se habrá dado cuenta de que me atrae la mitología, especialmente la griega. Pero que me interesen los cuentos que narran las aventuras de un personaje griego inexistente no quiere decir que crea en Zeus, que practique el orfismo o que reivindique la procesión de las panateneas. Entre lo que decimos, lo que hacemos y lo que decimos que hacemos debería de haber un poco más de equilibrio y coherencia. Seríamos una sociedad, si no mejor, sí más abierta. Seguir considerando ritos y mitos como algo "necesario e ineludible", es pretender la minoría de edad permanente. Celebrar lo que celebramos y cómo lo celebramos es un disparate por irracional y una falta de respeto al sentido común.

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