Estaba indignado.
Sin duda aquél no había sido un buen día
para el género humano.
Una guerra —otra más—
había dado comienzo al borde mismo
de nuestras conciencias
y nadie asaltaría el palacio de invierno,
ni se quemaría en la Plaza Mayor
para dar testimonio
de la gravedad del momento.
Salió a la calle
y, como estaba indignado,
no se molestó en saludar
a su vecino
que regresaba a casa con la compra.
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