Empecemos por el principio: ¿qué es lo que te llevó a escribir poesía, qué es lo que te condujo a escoger este medio para expresarte?
Muy sencillo: me di cuenta de que podía hacerlo. Un día iba en el autobús mirando por la ventanilla y escribiendo un poema en la cabeza. Fue algo que sucedió así, sin premeditación. Me llevé un pequeño susto, hay que decirlo. Luego en casa lo pasé a un papel. Allí había algo... Para entonces –tendría unos quince o dieciséis años- había leído ya bastante poesía, novela, etc... Y seguí probando, y perfeccionando el método. Escribí sonetos, décimas... más de cien, tan malos como perfectos (en lo que a la ortodoxia se refiere), fijándome mucho en el ritmo, los acentos... Me empollé libros de crítica literaria...
Karmelo Iribarren |
Bien sea como lectores, bien como escritores, todos tenemos nuestros autores favoritos, fantasmas que nos acompañan durante muchos años. ¿Cuáles son los tuyos y en qué medida han influido en tu forma de escribir?
Yo, como poeta, me formé leyendo poesía española, a partir de Bécquer y Espronceda sobre todo. He leído, claro, a los clásicos del siglo de oro, y a los griegos y latinos... pero no me han influido, han ampliado mi cultura literaria, por decirlo de alguna manera, pero eso es otra cosa. Quizás, con Antonio y Manuel Machado, sean poetas como Biedma y Ángel González los que más me han enseñado. Y el Dámaso Alonso de Poemillas de la ciudad, y luego el Rafael Morales de Canción sobre el asfalto, por ejemplo, un libro que leí muchísimo. Y Pío Baroja, y la novela negra americana, con Raymond Chandler a la cabeza... Y muchos más, claro. Pero las lecturas fundamentales son las que uno hace de los quince a los veinticinco o treinta años, esas son las más definitivas, si se puede hablar en estos términos, tan categóricamente.
A veces se te ha encuadrado dentro del realismo sucio. ¿Estás de acuerdo con esta apreciación? En tu opinión, ¿se te puede alojar dentro de algún estilo literario, de alguna corriente? ¿Qué opinas de todo esto: movimientos, generaciones, estilos...?
Realismo sucio, realismo limpio, minimalismo, ala feísta de la poesía de la experiencia, realismo elegíaco... A mí no saben dónde meterme, si pudiesen me harían desaparecer, pero ya no pueden... No hay que hacer demasiado caso a todo eso, no merece la pena.
¿Qué compartes -si es que compartes algo- con los poetas de tu edad?
Con los herméticos, retóricos, “silenciosos” y surrealistas..., no comparto nada, es evidente; salvo, claro, como dices, la edad. Con los otros, los de línea clara, comparto precisamente eso, la claridad, tan mal vista, por cierto, por los anteriormente mencionados, quizás por lo compleja y arriesgada que resulta. Cuando no dices nada, no corres el riesgo de equivocarte.
En tus poemas podemos apreciar un continuo esfuerzo por expresar con sencillez, por ser lo más directo posible, por quitar toda la carga retórica posible a ese artefacto llamado poema. ¿Es esta una apreciación correcta? Y si es así ¿cuánto hay de trabajo, de esfuerzo porque sea así y cuanto de naturalidad, de que te sale de esa manera?
Sí, es como dices, funciono por eliminación. Soy pura elipsis en mi afán de transparencia. Iribarren el elíptico. Quito todo lo que puedo, hasta el punto de que creo que a veces me paso, y que en lo que desdeño se va también parte de la poesía que quizás había conseguido atrapar el poema en su primera versión. En cuanto a la segunda parte de tu pregunta, bueno, los poemas vienen un poco como quieren y cuando quieren... Yo no tardo demasiado en escribirlos, es normal, los míos son cortos, casi epigramáticos... y además para cuando lo paso al papel o al ordenado el poema está prácticamente resuelto. Aunque mi cabeza no es la que era, todo hay que decirlo. He perdido agilidad... Y abundando en el asunto: si el poema me interesa mucho y no consigo verlo, lo dejo en un cajón y no vuelvo a él en meses... Tengo poemas con versos escritos a lo largo de varios años, pero son la excepción. El “arte” está, supongo, en que no se note. El arte o, más sencillamente, el oficio.
Muchos de tus poemas están construidos a partir de una pequeña historia, recogen un microrrelato en su interior. ¿Te has planteado alguna vez pasarte a la narración o alternar ambas formas, poesía y cuento o novela?
Hubo un tiempo en que barajé la idea, pero al final no lo hice, no me lancé. Supongo que porque no sentí la necesidad imperiosa de hacerlo. Seguramente me ahorré sufrimientos y sudores vanos con esa decisión, quiero pensar así. Últimamente me ronda la idea de empezar con mis memorias. La espanto, claro, como si de un moscardón se tratase, y sigo viviendo. Pero... vuelve.
Cada poeta tiene su propia manera de construir un poema, su forma particular de abordar la escritura, ¿cuál es la tuya?, ¿qué pasos das?, ¿cómo operas desde que comienzas hasta que lo das por terminado?
Como he dicho antes, la poesía viene cuando y como quiere, al menos en mi caso. Cuando aparece suele hacerlo como una frase que en realidad, y pese a su tono coloquial, es ya un verso, o dos, y que marca el ritmo y a veces hasta la extensión del poema. Suele ser producto, este “hallazgo o revelación”, de algo que he leído, visto u oído en algún sitio, algo con lo que el subconsciente ha hecho luego su trabajo, claro. Pero a veces lo que me llega es el final del poema, o puede pasar que tenga el principio y casi vislumbre el final pero del resto no sepa todavía nada... Son situaciones, en cualquier caso, que conozco y que sé cómo abordar... Rara vez abandono un poema, pero a veces sucede, que no puedo con él, seguramente porque cogí un camino equivocado tres versos más arriba, por ejemplo... En estos casos, como he dicho, los dejo en un cajón, en el purgatorio, y vuelvo a ellos tiempo después. Hay poetas más metódicos, o con otro método, poetas que escriben todos los días, hoy tres versos, mañana diez, como quien pone ladrillos. Siempre me ha resultado extraño –y hasta un poco sospechoso- este espécimen de poeta.
Aprecio en tu obra, corrígeme si me equivoco, un punto de tristeza y una cierta inclinación a la nostalgia; por otra parte, como la de la mayoría de los escritores.
Nos hacemos mayores, nos va quedando menos, el verano es cosa de jóvenes, no se puede fumar, la sal te hace daño y no me van a dar nunca el nacional de poesía... La ironía no puede con todo, y aparece esa tristeza, esa melancolía, que son de alguna forma una especie de refugio contra las inclemencias de la felicidad que a raudales discurre por las calles y de la que uno ya no puede formar parte. Literariamente, además, la tristeza da mucho juego, aunque en mi caso nunca es impostada. Hay que ponerse triste de vez en cuando Iribarren, me dijo una vez un crítico, allá por los noventa. Y me empecé a reír, claro. Lo cierto es que demostró con esa frase que no me había leído demasiado. Toda mi poesía está recubierta de una pátina de tristeza que se acentúa, es cierto, en los últimos libros, libros casi elegíacos. Pero es normal: nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, auque a veces nos guste una canción...
¿Cuáles son los ingredientes vitales que te empujan a esta visión del mundo, de la sociedad, del tiempo en que te mueves?
No hay más que mirar un poco por ahí para darse cuenta de que estamos rodeados de estupidez, demagogia, basura en tapa dura... Y no digas nada que se salga del guión, porque te estigmatizan. De momento han ganado los sectarios, los de conmigo o contra mí, los nuevos mesías sin dios, pero la historia es cíclica, no hay mal que cien años dure. Y conmigo que no cuenten, que se vayan al cuerno, todos, con sus prebendas y sus servidumbres... Yo, a lo mío.
Dentro de poco publicarás un nuevo libro de poemas. ¿Puedes adelantarnos algo de su contenido?
Sí, saldrá en cosa de un mes, en la editorial Huacanamo. Se titula Otra ciudad, otra vida, un título que no puede ser más que una metáfora a esta edad. Habla de hastío, de lo que supone vivir en la penumbra, de no sentirte de donde eres, y habla también de lo poco que importan las cosas que dicen que tienen que importarnos... Es un libro elegíaco, muy triste a veces, con toques de ironía, desolador casi siempre, pero con algún poema de amor. Son poemas breves casi todos, y quisiera pensar que intensos... Hablan de mí, es decir, de ti y de aquél que pasa por allí enfrente...
¿Qué te gustaría que se recordase de tu obra, qué te gustaría que pasase a formar parte de la Literatura?
Si te soy sincero, me da un poco lo mismo. La meta es el olvido. Pero me gusta cuando alguien me lee y dice “esto suena a verdad”. En esos casos pienso que algo he conseguido. Algo, como dijo Chandler, por lo que se despellejan los intelectuales...
Podéis encontrar la mayor parte de sus libros aquí.
Otras referencias sobre su obra podéis descubrirlas en este enlace.
Podéis encontrar la mayor parte de sus libros aquí.
Otras referencias sobre su obra podéis descubrirlas en este enlace.
El comentario que había aquí lo he suprimido, no porque fuera anónimo, sino porque era insultante.
ResponderEliminarAnte todo, respeto.
Decía Borges que la verdad, la honestidad, son valores morales, no necesariamente literarios (y de esto don Jorge Luis sabía un pico: de valores literarios)..
ResponderEliminarHace unos años, uno a quien yo había recomendado que leyera a Iribarren, empezó a darme la tabarra asegurando que “eso” también podía hacerlo él, que sólo había que encontrar el “truco”, la “clave” (se refería a la forma ‘aparentemente fácil’ de escribir del poeta vasco).. Yo le dejaba hacer, aunque al final me cansé de recibir todas esas majaderías “iribarrenescas”, y a modo de contestación sobre las hipotéticas claves del poeta, le espeté: ¿Qué opinas tú de la decencia, la integridad y la honestidad?..
De esto hará ya 4 ó 5 años.. Aún no me ha llegado su respuesta.
Así es, Pablo, muchos son los que dicen, pero pocos los que realmente pueden hacer.
ResponderEliminarKarmelo es un maestro en un muchos aspectos. Tú y yo lo sabemos, y Karmelo también lo sabe. Eso es lo que importa.