Monika
Zgustova nos advierte en el epílogo de El
canto y la ceniza que este extraordinario poema es la
pasión más pura. Es el sufrimiento de la pasión amorosa. Si en los
siglos pasados los poemas épicos narraron aventuras y
acontecimientos colectivos, en el siglo XX los poemas largos son
monólogos interiores que hablan de las vivencias más íntimas del
hombre. Este es el caso del Poema del fin. El encuentro de dos
enamorados; un intercambio de sensaciones, más que de palabras, que
tiene lugar entre ellos; la decisión de romper. Nada más (...) Lo
único que cuenta son las sensaciones, los sentimientos, las
emociones (p 287).
1
Contra
el herrumbroso cielo de hojalata,
como un poste, como un
dedo.
Donde siempre, él.
Como el destino.
—Menos
cuarto. Puntual ¿eh?
La muerte no espera.
Ligero, su
sombrero
se alza.
Entre pestañas, el reto.
Los
labios, prietos,
Un saludo —inclinación
de cabeza—,
grave.
—Menos cuarto. ¿Puntual?
Miente la
voz.
¿Qué ocurre? —se ahoga el corazón.
¡Alerta!
—advierte la cabeza.
El cielo de la
malaventura,
hojalata oxidada,
Él, donde siempre.
Las
seis en punto.
El beso de corcho en los labios,
mudo,
como
quien besa la mano
a una dama anciana o a un muerto.
Un
transeúnte apresurado
me clava el codo en la
cintura.
Estridente, cercaba,
una bocina.
Ulula,
brama,
aúlla como un perro con rabia.
(La vida se te
agolpa
cuando mueres.)
Ayer —a media máquina,
hoy
—hasta las estrellas.
(Este es el momento de exceso:
o
todo o nada.)
Por dentro: ¡amor, amor!
—¿Qué
hora es? —Las siete ya.
—¿Vamos al cine o…?
Un
estallido: —¡Vamos a casa!
2
Hermandad
de los nómadas
—a esto nos llevas.
Una tormenta,
sobre
la cabeza, la espalda:
horror en las palabras
que
esperamos.
Como una casa en ruinas,
son las palabras a
casa.
Las grita el niño con desgarro:
¡vamos a
casa!
Casi un bebé ya había dicho:
¡Dame! ¡Es
mío!
Hermano mío en los excesos,
fiebre mía,
escalofrío.
Mientras todos piden salir,
tú dices sólo:
¡a casa!
Caballo que da tirones al ronzal.
—¡Arriba!—
la soga hecha pedazos.
—No hay casa para nosotros.
—Sí,
aquí mismo, a diez pasos.
La casa de la montaña. —¿O
más
alta tal vez? ¿La casa en la cumbre?
La ventana justo
bajo el tejado. —No sólo
por el fuego de la aurora,
encendida, ¿verdad?
De nuevo: la vida —o sea,
la
exactitud de los poemas.
Casa, es decir: ahí
afuera, en la
noche.
(Oh, ¿a quién confiar
El
tormento, la pena?
¿Mi angustia, más verde que el hielo?)
—No
pienses tanto en ello.
Sopesando respondo: —Sí.
3
El
muelle. Me aferro al agua
como al más firme puntal.
Jardines
suspendidos
de Semíramis: aquí están.
Esta franja
de acero, sombrío
tornasol de metal, agua
a la que me
aferro lo mismo que al libreto
la cantante o el ciego a las
ásperas
paredes… ¿No me devuelves
nada? Me
inclino al consuelo
benigno de la sed, me aferro a ella
como
al borde de la cornisa quien camina
dormido…
No es por el río —¡soy náyade
de nacimiento!—
este escalofrío. Me aferro
al agua como si fuera la mano del
amante
que fiel está a mi lado…
Fieles
son siempre los muertos —no todos
traen
consuelo… La muerte a mi izquierda
y, a mi derecha,
tú. Mi costado
derecho, como muerto.
Se abre paso,
de pronto, una luz.
Risas vulgares de tambor de feria.
—Tú
y yo deberíamos…
(Escalofrío)
—¿…Tendremos valor?
4.
Capas
de niebla clara,
olas de gasa.
Densas, humosas,
ruidosas.
¿A qué huele?
A prisa enloquecida,
a tratos,
chismorreos,
apaños comerciales,
y colorete en las
mejillas.
Solteros con anillo.
y viejos de pose
juvenil.
Todos ríen, bromean,
y, por debajo, calculan.
Con
calderilla o con billetes,
sin remedio, manos sucias.
…
Afanes comerciales,
y colorete en las mejillas.
(Por
encima del hombro: —¿Es
ésta nuestra casa?
—¡Desde luego, no mía!)
Uno firma cheques
otro, besa un
guante
de satén, el tercero se ocupa
de un zapatito de
charol.
… ¡Oh bodas comerciales!
y colorete en las
mejillas.
Picos de plata: en la ventana
la estrella
de Malta.
Se besuquean, se abrazan
y se acarician, se
mecen…
(Perdón: huele a restos
del
banquete de ayer.)
Acuerdos comerciales
y, en las mejillas,
colorete.
¿Corta, la cadena? ¡Ni hablar!
Y es de
platino, no de latón.
La triple papada tiembla
de un toro
cenando ternera.
El diablo, el cuello azucarado
y cuernos
de satén. Pequeños
descalabros comerciales
y, colorete en
las mejillas, pólvora
de
Berhold Scharz…
varón
talentoso,
generoso.
—Tu y yo deberíamos hablar.
—¿Tendremos
valor?
5.
Espío un signo en sus
labios,
pero bien sé que no hablará.
—¿Ya no me
quieres? —Sí, te quiero.
—No, no me quieres. —Me siento
cansado,
triste, consumido. Me siento acabado
(La
mirada, altiva, por la sala.)
—¿Es esto nuestra
casa?
—La casa está en nosotros. —¡Bonitas palabras!
El
amor es de carne y de sangre,
flor que con sangre propia se
riega.
¿Crees que es amor
un rato de charla en la
mesa?
¿Y después, como ellos —damas
y
caballeros—, cada uno a su casa?
El amor no es sino…
¿sagrario?
¡Qué palabra! Mejor
decir: llaga,
cicatriz. ¿Bajo los ojos de camareros
y
borrachos? (Y por dentro:
el amor es este arco tenso,
es
decir: ruptura. Ruptura.)
—Amor significa unión, y nada
ya
nos une, ni labios ni vida. (Oh, no
me des la
malaventura, te rogué
al comienzo de nuestra intimidad,
en
aquella hora cercana a la cumbre
y la pasión. Ya humo
—Memento:
eso es amor —dejar que se queme el
don
¡siempre en vano! En el fuego.)
Los labios
—grieta en la concha— lívidos:
sonrisa de intendente.
—Primero,
una cama común.
¿Abismo,
quieres decir? Tamborileo
de dedos en la
mesa. —¿No querrás
mover montañas? Amor
significa…
—Mío.
—Ya entiendo. ¿Conclusión?
***
El ritmo de los dedos
en la mesa
se acelera. (Cadalso.)
—Vámonos. —Yo
hubiera preferido:
muramos. Sería más sencillo:
muramos.
Basta de banalidades: basta
de viajes,
versos, hoteles, tranvías…
—El amor significa la vida.
—No,
otro nombre le daban los antiguos…
—¿Entonces?
Aprieta
el puño —un pez muerto—
el pañuelo. —¿Nos
vamos?
—¿Adónde? Elige: precipicio, bala, veneno…
La
muerte —en claro.
—La vida. Como un cónsul romano
que
evalúa —águilas ojos— lo que queda
de sus huestes.
—Rompamos, pues.
6.
—Lo
que yo quería no es eso.
No, no es eso. (Por dentro:
del
cuerpo es la voluntad. Tú y yo
desde hoy somos almas
el
uno para el otro…) —Y él, no lo decía.
(Sí, cuando el
tren ya arranca
dejáis a las mujeres el triste honor
de la
ruptura…) —¿Será un malentendido?
¿He oído mal?
(Oh, galante
embustero que ofreces a la amiga,
como una
flor, el falso honor
de la ruptura…)
—¿Seguro?
¿La palabra, letra a letra,
que has
dicho es: rompamos?
(Como quien deja
caer en el más
dulce
de los excesos un pañuelo…) —Ah, César
de
este combate. (Y te atreves
a entregar —sutil ataque— como
trofeo
al enemigo la espada que blandía.)
Él sigue.
(Los oídos me zumban.)
—Me inclino ante ti: eres la
primera
que se me adelanta en la ruptura.
—Se lo dices a
todas, ¿verdad?
Sin duda: una jugada
digna de
Lovelace. El gesto
que tu orgullo blande, a mi
me arranca
la carne
del hueso. —Risa. Y con ello,
la muerte.
Un gesto. (Ningún deseo
-desear es lo propio de otros,
nosotros
somos sólo sombras
ya uno para el otro…)
Clavado está
el clavo último, atornillado
el último
tornillo de esta caja de plomo.
Un ruego todavía: no hables de
mí
a ninguna de las que me sucedan.
(Así gritan los
heridos, y ven cómo llega
la primavera desde la camilla.) —A
ti
lo mismo te pediría.
¿Mi anillo como
recuerdo?
—No. —Mirada nublada, errante:
está ausente.
(Ponme —como sello—
en tu corazón, ponme como anillo
en
tu dedo… ¡Nada de dramas!
Me lo trago.) Ronco y
seductor:
—¿un libro, quizá? —¿También a todas?
—No.
Y no escribas ya,
nunca más, libros…
***
No, eso no.
Llorar, eso no.
No
Llorar.
Nosotros, hermanos,
pescadores
errantes
bailamos —no lloramos.
Bebemos, no
lloramos.
Con sangre ardorosa pagamos
—no
lloramos.
Hundimos en el vino
las perlas —somos
reyes
del mundo —no lloramos.
—Me voy, pues. Mis
ojos
le atraviesan. Arlequín al fin
como un hueso la
lanza
a su fiel Pierrette la más indigna
primicia:
el honor del fin.
Efecto de telón. La última
palabra. Un
poco de plomo
en el pecho sería más dulce,
más
cálido, más puro…
En los
labios
clavados los dientes. No
lloraré.
Lo más
duro
en lo más tierno.
No he de llorar.
Hermanos
errantes,
Morimos —no lloramos.
Ardemos —no
lloramos.
En ceniza y en canto
ocultamos al
muerto,
errantes hermanos.
—¿Primero yo? ¿He de
ser yo la primera?
¿Cómo en el ajedrez? Aunque también
las
primeras nos llaman
al cadalso…
—Va,
pero
no me mires. (A borbotones
brotan,
en cascada. ¿Cómo hacer que el agua
regrese
a los ojos?) No,
no
me has de mirar,
te
vuelvo a decir.
Con
voz fuerte y clara
y
mirada segura:
—vámonos,
mi amor,
tengo
que llorar.
***
Una imagen
aún —en medio
de las huchas vivientes,
prósperos
comerciantes, luce una nuca rubia
—trigo,
centeno, maíz.
Rizos de amazona que escarnecen
del
Sinaí los mandamientos,
melena de oro viejo, joya
fulgurante,
tesoro inagotable de consuelos.
(Y para
todos.) No siempre avara en el reparto
la naturaleza, prodiga
aquí sus bienes.
¿Desde dónde emprender el
retorno,
cazadores, de esos dorados
trópicos? Su
áspera desnudez
excita, atiza el lagrimal
—oro en
cascada, voluptuosidad
risueña y fulminante.
—¿Verdad?—
Los ojos acarician,
seductores. Cada pestaña
—obsesión.
Cadencia de los mechones dorados,
gesto que
sojuzga subyugando.
Ah gesto: desnudas el
vestido,
sonrisa-mueca, más simple
que comer y beber. (Aún
hay en ti
esperanza de cura. Para ti, sí.)
¿Así
que seremos como hermanos?
Buena aliada en la alianza de la
vida.
—¿Te ríes y no has acabado de enterrarlo?
(Yo ya
lo he enterrado —y me río todavía.)
7.
Después
—el muelle. El último. Fin.
Des-compartidos y sin
manos
seguimos, como dos vecinos reñidos,
sin animo. Sube
el llanto del río.
Sal de mercurio a raudales
lamo
sin miedo: hoy
no deja el cielo brillar
la luna grande de
Salomón.
Poste. Oh romperse, hasta la sangre,
la
frente contra él. Desmenuzarla, hacerla
polvo. Compinches
asesinos,
despavoridos vagamos. (Víctima —el Amor.)
Basta.
¿Han de ir separados los amantes?
En la noche. ¿A dormir —no
juntos?
¿Con otros? —¿Comprendes que el futuro
esté
ahí? Me roza re-unión.
—Pareja de recién casados…
—Domir.
—Dormir. —Ni el pie acompasado
ni el mismo
ritmo. Ruego: —Tómame
del brazo, no marchemos como
presos.
Eléctrico. (Como si su alma
tocase mi mano.
—La mano en la mano.)
El contacto se vuelve bruscamente
rayos
y fiebre.
Ha tocado
su mano mi alma. Me aprieta —todo
de pronto
arco iris. Mas irisado que las lágrimas,
qué
hay. Telón de lluvia, perlas. No
hay muelles que se acaben
así.
El
puente:
—Y ahora, qué. ¿Qué, ahora, aquí? (Galopa,
coche
fúnebre.) Ca-almada mirada.
—Vamos a casa, ¿quieres?
Ahora.
Por última vez.
8.
El puente último.
(No
dejaré tu mano,
que es mi
prenda.)
El último puente,
el peaje postrero.
Agua
y cielo.
Cuanto monedas,
pago de Caronte,
paso de
Leteo.
Sombra de la moneda,
en la mano de
sombra.
Monedas sin sonido.
De sombra deposita
en
la mano monedas. De sombra.
Sin tintineo, sin
brillo,
entrégaselas: a los muertos
les bastan los
sueños.
Puente.
***
Refugio, amparo
de los amantes sin
esperanza.
Puente — es — pasión.
Siempre entre
pasos.
Un nido me procuro. Tibio
es el costado —me
acurruco.
Ni antes ni después:
el lugar de una chispa.
Ni
manos ni pies, mis huesos
lo confirman: sólo en tu
costado
cobra mi costado
vida.
Vivo en mi
costado derecho.
Todo en él —oído y eco.
Como la yema
en la clara
y el esquimal en su piel,
así me
aprieto.
¿Siameses, cómo podéis sostener
que algo os
une?
Y aquella mujer —la que no olvidarás,
pues la
llamabas madre—
al llevarte bajo el corazón,
en su
quieto triunfo
no te tuvo más cerca.
Unidos vamos en
un nudo
—contra tu corazón me acunabas.
¿Me tiro
abajo?
No, dejaría tu mano
para ello, de la que
nada
me va a poder desprender.
Puente —y no
marido:
amante —y desencuentro.
Puente, tú nos
preservas.
El río, de nuestro cuerpo
se llena. Garrapata
soy, hiedra:
arráncame de raíz.
Hiedra y garrapata,
si.
Hazlo con crueldad, sin clemencia.
Me has arrojado
viva,
como una cosa, a mi
que he carecido siempre,
en
este mundo vacío, de respeto
por nada.
Dime
que sueño,
que es de noche, que llegará
el
alba con un expreso
a Roma, a Granada tal vez…
Almohadones
de nieve
al Himalaya desde Mont Blanc…
Precipicio
profundo:
¿escuchas mi costado?
Mi rescoldo — sangre
final.
Más sincero —que cualquier poema.
¿Has
entrado en calor? ¿Con quién
te irás, a quién te
alquilarás
mañana? Dime que no es cierto,
dime que el
puente no tiene ni tendrá
fin…
—Fin.
***
—¿Aquí? —El gesto, de
niños…
—¿Entonces? De acuerdo, lo acepto…
Un
momento todavía:
por última vez.
9.
A
través de fábricas ruidosas,
vibrantes por el eco de la
voz,
lo más íntimo, lo que la lengua calla
te diré
—secreto que ante los maridos
las mujeres y las viudas
ocultan.
Lo que Eva conoció por el árbol
y silenció: que
yo no soy sino
un animal herido en el vientre.
Que
abrasa. Como si me arrancaran
la piel con el alma. Se esfumó en
aire
la herética y absurda insensatez
a la que dimos el
nombre de alma.
Desmayo, plaga, cristiano
mal
—ponedle paños calientes, si queréis:
nunca ha
existido. Se complacía
en seguir estando vivo
sólo
el cuerpo. Y ya no quiere.
***
Perdóname. No quería.
Es grito de entraña
devastada.
Así esperan los condenados
su ejecución al
alba,
jugando al ajedrez. Risa
burlona el ojo del
vigilante.
Somos los peones de un tablero
y alguien va
jugando con nosotros en él.
¿Dioses buenos? ¿Malignos?
¿Quién?
Todo el horizonte es el ojo del vigilante.
Ruido
metálico. Pasillo sangriento.
Ya se ha acabado el juego.
Un
cigarrillo por última vez.
Y escupir —ah vida, vida.
Escupir.
Al borde del tablero,
Abierto está el camino —desangrarse—.
a
la huesa. Te miro de reojo.
Es la luna un ojo secreto que
vigila.
—Qué lejos estás ya.
10.
Escalofrío.
A la par,
juntos. —Nuestro café.
Nuestra isla,
templo
donde cada mañana, casi amanecida
—gentuza,
pareja de unas horas—
veníamos a rezar.
Dentro
—desorden y olor agrio,
adormilados, en primavera…
Seguro
que era de avena
aquel café sin sabor.
(¡Con avena
doman el ardor
de los caballos.) No era
de Arabia, no: de
Arcadia
era aquel aroma
del café…
Y
cómo sonreía
la dueña, tan amable,
cuando nos sentaba
juntos—
con qué placidez
de un amante de pelo
cano.
Como si dijera: —¡Vivid!
también os
marchitaréis—.
La cartera vacía, el arrebato,
nuestros
bostezos al unísono
la hacían sonreír. Y sobre todo
la
juventud. Las mejillas tersas,
la risa sin motivo —éramos
la
juventud. Pasiones no muy
corrientes en estas tierras
de
climas crudos.
¿De dónde las traía el viento
hasta
el lívido café?
—Túnez, Marruecos… Músculos
y
anhelo bajo la ropa triste.
¿Desde dónde venían?
(Querido,
no me lamento:
son nuestras cicatrices.)
Afable
compañera,
con la cofia de hilo
planchada a la
holandesa…
***
Entreveo, evoco casi sin
comprender.
Como si nos hubieran echado del festín.
—¡Nuestra
calle! —¡Cuántas veces nosotros…!
¿Nuestra? Ya no.
¿Nosotros? Ya no.
Por el oeste saldrá el sol
mañana.
Habrá de hacer la guerra
contra Yaveh, David.
¿Cuál será
nuestra gesta? —Ruptura.
La palabra más
absurda:
Rupt-ura. ¿Una entre mil?
Un muro de siete
letras:
y tras él, el vacío.
¿Serbio, croata? ¿En
qué lengua?
¿Se mofa de nosotros la lengua checa?
Rupt-ura.
Separación…
Qué sinsentido inacabable.
Sonido
terrible, revienta los oídos
y apura la angustia
dentro…
Ruptura. No es en ruso,
ni parece femenino o
masculino.
Ni sagrado. ¿Qué somos
—ovejas que
bostezan
Después de pastar? ¿Cómo?
¿Qué significa
separación?
Carece de sentido, es sonido
hueco
—cuando una sierra corta el sueño.
Separación:
escuela poética de Jlébnikov:
lamento de ruiseñor,
canto de cisne. ¿A qué fin?
El
aire —cuando se acaba en la mina.
—La mano en la mano se
siente temblar.
Ruptura —un rayo en el cráneo.
El
mar arrastrando el barco
En el último cabo de Oceanía.
¡Estás
callejuelas estrechas, tan empinadas!
Separarnos es yacer al
pie
de la montaña. Ahogo y dos suelas
pesadas —la
palma de la mano y su clavo.
Es claro, deducción evidente:
separarse es ya no
compartir.
Mas
fundidos quedamos tú y yo…
11.
Perderlo
todo de un golpe,
un tajo limpio.
Suburbio, arrabal:
El
día se acaba…
Se acaba la ternura —piedras—,
las
casas, los días y nosotros —se acaban.
Mansiones
vaciándose: las honro
como a una madre anciana.
Porque
vaciarse —madre— es acción:
lo vacío no se puede
vaciar.
(Mansiones medio vacías, mejor sería
que os
quemaran.)
Que un gesto rudo
no abra la
herida.
Suburbios, arrabal.
costura que se rompe.
Sin
desmesura verbal,
el amor es sutura.
Sutura: ni venda
ni escudo
—no pidas ayuda—.
Sutura: el muerto cosido al
suelo
como yo cosida a ti.
(Con qué hilo, lo ha de
decir el tiempo,
si endeble o fuerte.)
De cualquier
modo, querido
mío, aunque la sutura se ha abierto,
esta
herida no supura
podredumbre infecciosa.
Debajo de
las bastas,
venas vivas, sangre roja.
Quien rompe no
pierde.
Oh arrabal,
suburbio, divorcio seguro
de dos
frentes.
Cerebros al aire,
patíbulo de las
afueras.
Nunca pierde quien rompe
y huye al alba. Yo
en la noche
me he cosido a ti
toda una vida sin
bastas.
Perdona si no iba atinada.
Arrabal: ruptura de
suturas.
Almas descosidas,
múltiples heridas
barrio,
suburbio,
amplia es la sima
del arrabal. ¿No oyes el
zapato
del destino en el barro limoso?
Es rápida mi mano,
amado,
y vivos los hilos,
fuertes. No quebrarán.
Es
éste el último farol.
***
—¿Aquí? —Ahora me mira.
Mirada
sometida
de súbito complot.
—¿A la cima? Por última
vez.
12.
Espesa crin.
Lluvia
en los ojos. Cerros.
El arrabal, atrás.
Estamos fuera de
la ciudad.
Ser: no ser. Qué más da.
Madrastra y ya
no madre:
ya no hay adonde ir.
Moriremos aquí.
Campos.
Algún vallado.
Somos hermana y hermano
y la vida un
arrabal
—ya fuera de la ciudad.
Señores: el
juego
está perdido.
Sólo existen arrabales,
¿Dónde
estarán las ciudades?
Arrasa el diluvio
todo
—enfurecido.
Solos, de pie, tú y yo:
ruptura.
¿Será como al pobre Job
que Dios nos quiere
probar?
—Juntos, en tres meses, sólo
Esta vez. Y en
vano.
Ya estamos extramuros.
***
Extramuros. Mira: fuera de la
ciudad.
Hemos pasado la frontera. La vida:
Este lugar donde
no es posible vivir.
Así, el gueto judío.
¿No es
más digno andar errante
como un judío? A los ojos
de
quien no se ha hecho un bribón.
el pogrom es la vida.
Vida
de los renegados,
de los conversos devotos:
antes el
infierno, las islas
mortales de los leprosos.
La vida que
se ofrece a los conversos
—la del matarife a la oveja.
El
derecho al permiso de residencia
lo desprecio, lo arrojo —lejos
de mi.
Venganza pides, escudo de David,
por esa
abducción de los cuerpos,
¿o no han querido vivir
los
judíos? Oh embriaguez:
terraplén, foso —¿gueto de
élites?—.
Sin piedad. Si es éste
un mundo
cristiano,
los poetas somos judíos.
13.
Como
la piedra afila el cuchillo,
como se desliza el serrín al
barrer,
así, aterciopelada, la piel
húmeda súbitamente
en los dedos.
Oh dobles —coraje, sequedad—
de los
hombres, ¿dónde estáis,
si en mis palmas hallo lágrimas
y
no lluvia?
El agua es de la fortuna,
¿qué
más podría desear?
Si tus ojos son diamantes
que se
vierten en mis palmas,
ya no pierdo
nada. Fin del
fin.
Caricias, caricias
—acaricio tus mejillas.
Somos
así, orgullosas
y polacas –Marina-,
cuando en mis manos
llueven
ojos de águila:
¿lloras? Mi amor,
mi
todo: perdóname.
Trozos de sal
caen en mis palmas.
Llanto
de hombre, veta
que en la cabeza retiembla.
Llora. Otra te
devolverá
la vergüenza que te hice dejar.
Somos dos
peces
del mis-mí-si-mo mar.
Dos conchas muertas
labio
contra labio.
***
Todo
lágrimas.
Sabor
a armuelle.
—¿Y
mañana
cuando
despierte?
14.
Senda
de ovejas—
bajamos. Ruidos de la ciudad.
Tres chcias se
acercan.
Se ríen. De las lágrimas
ríen, como
bobas,
como ola
del mar,
de las
imposibles
lágrimas de hombre —tan visibles
pese a
la lluvia. Dos llagas,
dos indignas perlas,
infamantes para
el bronce
del guerrero. Tus primeras
y últimas lágrimas
—oh derrámalas—,
lágrimas
perlas
de mi corona.
Altiva las miro —como a
lluvia
En la lluvia— y les hablo:
—fijaos
bien, muñecas de Venus,
vínculo es
éste más íntimo
que el deseo
y que un anillo de
boda.
El Cantar de los Cantares
nos prestará su voz,
y
Salomón se inclinará
ante nosotros, pájaros
desconocidos,
porque llorar
juntos es mucho más que un sueño.
***
Cabizbajo, y solo, y
oscuro
—silencioso, sin rastro—
en las olas de niebla
se funde
como se hunden los barcos.
Praga, 1 de febrero de 1924
Jíloviste, 8 de junio de 1924