Advertencia preliminar: Esta reseña apareció publicada primeramente en la página web de Troa.
MacLaverty cuenta todo de manera parsimoniosa, atendiendo a los mínimos detalles, sin precipitarse en las acciones. Lo que quiere reflejar es el mundo interior y exterior de dos jubilados que esperan cosas distintas de la vida. Ella, Stella, mujer muy activa, tiene una rica vida interior y quiere que sus últimos años, apoyada en su catolicismo practicante, se conviertan en un fructífero periodo de oración y entrega a los demás; desea sentirse útil y colaborar en la medida de sus posibilidades, desde su perspectiva cristiana, a construir un mundo mejor.
Sus intenciones vitales contrastan con las de su marido, ateo, para quien su vida actual se reduce, sin expectativas de ningún tipo, a escuchar buena música clásica y a ingerir cada vez más dosis de alcohol. Stella es testigo de este comportamiento, sereno y nada estridente, pero, como ella comenta, no quiere pasar el resto de sus días con alguien que vive solo para la bebida, como se comprueba en la novela y en el viaje de vacaciones que realizan a Ámsterdam. De hecho, Stella ha tomado la decisión de abandonar a Gerry para dedicarse a sus objetivos religiosos.
Un viaje sin dramatismo, donde asistimos a la crisis existencial de Stella, que necesita un cambio de rumbo, y a la perseverancia obsesiva de Gerry, cuya vida gira en torno a cómo conseguir diariamente el alcohol que necesita para tirar para adelante.
Un libro que sin aspavientos, historias románticas ni estridentes morbos, consigue trazarnos la vida cotidiana, los recuerdos que duelen y nos construyen, o nos dejan a la deriva, o nos unen, pero que mostrarán perfectamente lo humano de una forma delicada, a un ritmo real, lejos de la velocidad de nuestro tiempo.
Adolfo López Chocarro
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