Eduardo Mendoza es ese escritor que cuando ya había redactado su cuarta novela, La ciudad de los prodigios, todavía decía que no se sentía escritor, que no quería hacer "una carrera literaria". Eso ocurría allá por 1986. Hoy es uno de los grandes novelistas contemporáneos españoles, elogiado tanto por la crítica profesional como por el gran público. Prueba de ello es el Premio Cervantes que le otorgaron en 2016. Pues bien, este abogado y traductor que dejó de serlo, por suerte para sus lectores, nos entregó en 2010 Riña de gatos, una divertida comedia, construida como novela de intriga, salpimentada de amores y con un escenario histórico de fondo.
Marzo de 1936. Faltan cuatro meses para que estalle la guerra y Madrid es un hervidero de intrigas políticas, violencias callejeras y un lugar donde se cruzan intereses internacionales de todo tipo. A este ambiente prebélico y harto confuso llega un experto inglés en Velázquez, Anthony Whitelands, con el corazón roto y la ingenuidad propia de alguien cuya vida transcurre entre discusiones académicas sobre aspectos superespecializados de obras de arte y la redacción de artículos que le abran las puertas del reconocimiento.
En cuanto aterriza, se convierte en el centro involuntario de una historia en la que están presentes José Antonio Primo de Rivera y sus secuaces; los futuros golpistas, Franco, Mola y Queipo de Llano; los servicios secretos soviético e inglés; la aristocracia española y sus tejemanejes conspiratorios, y el inframundo de las clases más populares. En este ambiente disparatado y febril es en el que se mueve nuestro desorientado protagonista.
Y con ese material es con el que Mendoza elabora una divertida comedia llena de disparates que el escepticismo y la ironía del autor salva del esperpento y del horror de la tragedia. Además, claro, de una depurada técnica narrativa que hace que todo parezca natural y sencillo en el desarrollo de la trama, y un dominio del lenguaje que va del coloquialismo madrileño de los años 30 al academicismo del libro de texto, pasando por todos los modos de habla intermedios.
José Carlos Mainer dijo de Mendoza cuando le concedieron el cervantes que
en el pesimismo tocado de piedad por sus semejantes, en el humor que roza la farsa, en la debilidad por los personajes desvalidos, Mendoza se parece mucho a quien da nombre al galardón que ha obtenido. Palabras acertadas y justas que reflejan de manera exacta el quehacer del autor. Una novela que dignifica el planeta que ganó.
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