Allen Tate (1899-1979) fue un poeta y ensayista americano. Su obra, que yo sepa, no ha sido traducida al castellano, excepto los poemas que que figuran en esta antología preparada por Mario Morales y Eugenio Lynch, y en la traducción de William Shand y Alberto Girri.
Este poema que transcribo aquí es, tal vez, el más conocido de entre los que escribió y el que a mí más me gusta de los que aparecen antologados. La fuerza que tiene y la desolación que transmite son verdaderamente impresionantes.
ODA A LOS MUERTOS DE LA CONFEDERACIÓN
Fila tras fila con estricta impunidad
Las lápidas abandonan sus nombres a los elementos,
El viento zumba sin recuerdos,
En las hendidas zanjas las anchas hojas
Se amontonan, casual sacramento de la naturaleza
Para la estacional eternidad de la muerte,
Y luego, arrastradas a su tarea en el vasto aliento
Por el feroz escrutinio del cielo,
Susurran el rumor de la mortalidad.
Otoño es la desolación en el campo
De mil acres donde crecen estas memorias
De los inagotables cuerpos que no están muertos,
Sino que nutren filas tras filas de rica hierba.
¡Piensa en los otoños que fueron!
El ambicioso noviembre con los humores del año,
Con un celo particular por cada losa,
Mancilla los ángeles que se pudren.
Sobre las losas, aquí un ala quebrada, allí un brazo:
La brutal curiosidad de la mirada de un ángel
Te convierte, como ellos, en piedra,
Transforma el aire denso,
Hasta que sumergido en el más pesado mundo de abajo
Desvías ciegamente tu espacio marino
Virando, dando vueltas como un cangrejo ciego.
Aturdidas por el viento, sólo por el viento,
Volando, las hojas se sumergen.
Tú, que esperaste junto al muro, conoces
La sombría tristeza de un animal; conoces
Esas nocturnas restituciones de la sangre,
Los implacables pinos, el humeante friso
Del cielo, la llamada súbita; conoces la furia,
El frío charco que dejó la marea alta,
De enmudecidos Zenón y Parménides.
Tú que esperaste la enojosa resolución
De los deseos que mañana debieran ser tuyos,
Conoces la mezquina absolución de la muerte
Y alabas la arrogante circunstancia
De los que caen
Fila tras fila, afanados más allá de la decisión;
Aquí, junto a un portal que se cae, detenidos por el muro.
Viendo, viendo solamente las hojas
Volar, sumergirse y expirar.
Vuelve tus ojos al excesivo pasado,
Hacia la inescrutable infantería levantando
Demonios de la tierra; no perdurarán
Stonewall, Stonewall y los hundidos campos de cáñamo.
Shiloh, Antietam, Malvern, Hill, Bull Run.
Perdidos en ese amanecer turbulento
Maldecirán el son poniente.
Maldiciendo sólo las hojas que gimen
Como un anciano en la tormenta.
Oyes los gritos, los locos abetos señalando
Con los apenados dedos hacia el silencio
Que te asfixia, momia, con el tiempo.
La perra de caza, sin dientes,
Y moribunda, en un enmohecido sótano
Oye solamente el viento.
Ahora que la sal de su sangre
Endurece el más salado olvido del mar,
Y clausura la maligna pureza de la marea,
Nosotros, que contamos nuestros días e inclinamos
Las cabezas con conmemorativa pena
Ante las condecoradas guerreras de torva dicha,
¿Qué diremos de los sucios huesos
Cuyo verdoso anonimato irá creciendo,
Y de los desgarrados brazos, las desgarradas cabezas
Perdidos en estos acres de insano verde?
Las grises, flacas arañas vienen y se van;
En una maraña de sauces sin luz
El chillido singular y cerrado de la lechuza
Siembra en la mente un verso invisible
Con el furioso murmullo de su caballería.
Diremos solamente que las hojas
Vuelan, se sumergen y expiran.
Diremos solamente: las hojas susurran
En la improbable niebla del anochecer
Que vuela en múltiples alas;
La noche es el principio y el fin,
Y en el medio, los fines de la locura
Esperan una muda especulación, la pasiva blasfemia
Que apedrea los ojos, o que salta como un jaguar
Sobre su propia imagen, su víctima reflejada en una charcha de la selva.
¿Qué diremos nosotros que hemos llevado el conocimiento
al corazón? ¿Llevaremos el acto
Hasta la tumba? ¿Con mayor esperanza
Elegiremos la tumba en la casa? ¿La tumba voraz?
Deja ahora
El cerrado portal y el ruinoso muro:
La benévola serpiente, verde en la morera,
Alborota con su lengua la quietud;
¡Centinela en la tumba que nos abarca a todos!
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