A mis
soledades voy,
de
mis soledades vengo,
porque
para andar conmigo
me
bastan mis pensamientos.
Lope de Vega
No, no es que me queje de casi todo, ni que me sienten mal las comidas, o que esté obsesionado por la salud. De salud ando bastante bien, aunque, como decía el carnicero de mi barrio, una vez pasados los treinta ¿no esperarás que no te duela nada? Incluso mantengo muchas ilusiones que ya tenía o he descubierto ilusiones nuevas. No, no es eso. Lo que ocurre es que se me van acentuando algunas aficiones que podríamos señalar como aficiones de cierta edad avanzada, más propias de la vejez que de la juventud.
Desde hace algún tiempo empiezo a notar que puedo estar mucho tiempo solo sin aburrirme en absoluto. Es más, puede que me dé cierta pereza acudir a una reunión, a una comida o a algún otro evento social, si estoy leyendo un libro que verdaderamente me interesa. Vamos, que por preferir, prefiero el diálogo con Virgilio al que establezco con mis congéneres vivos. Y esto parece que es un síntoma de vejez.
Y ya puestos a confesar debilidades de socialización, puedo incluso preferir en algunas circunstancias un paseo por el monte en soledad a uno acompañado. Perderme entre la flora y la fauna de un lugar, mientras voy y vengo con mis soledades, es una inclinación que percibo con mayor intensidad con el paso de los años.
Podría decir que si estoy enredado con algún pensamiento que intuyo medianamente interesante, de esos que al principio solemos valorar como estupendos, de los que creemos que se van a plasmar en un precioso poema, en una idea brillante... y que la mayoría de las veces no van a ninguna parte, tengo que hacer un gran esfuerzo para atender al resto de los humanos que me rodean.
Hace años, desde luego, podía abandonar cualquier tarea por una inmersión en un fiestorro, en una juerga o en cualquier otro acontecimiento social. A los veinte, darle vueltas a una idea me producía más aburrimiento que diversión, si no era incluso malestar, y lo consideraba una tarea plana y sin encanto. Si estaba en casa, quería salir de ella. Si me encontraba solo, buscaba compañía.
Otro tanto podría decir de la música, de alguna música. La clásica sin ir más lejos. Me fastidia tener que dejar de escuchar a Beethoven para enredarme en una reunión de vecinos, por ejemplo. Incluso soy capaz de buscar otra interpretación para comparar cuál de las dos me gusta más, con tal de no acudir a la melodía de las discrepancias.
No sé, amigos, creo que me estoy haciendo viejo. La preferencia de lo armónico sobre lo disonante se acentúa con el transcurrir de los años. O tal vez sea, simplemente, que me he hecho mayor. Sed benévolos y disculpad mis manías.
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