J. A. González Sainz expone en esta novela corta un tema duro, muy duro: la ruptura familiar por motivos ideológicos. Pero este es sólo el marco, porque de lo que la novela nos habla es de la barbarie y sus consecuencias, del sentido común y de su falta, del respeto a las personas y de la intolerancia, del derecho a la vida y de su ausencia.
Ojos que no ven nos cuenta la historia de una familia que emigra desde un pequeño pueblo castellano al País Vasco y donde, después de unos años, mujer e hijo mayor terminarán formando parte del mundo abertzale. El padre se volverá al pueblo de donde vino y el hijo pequeño acabará estudiando en una universidad madrileña.
La novela tiene fuerza y la situación que expone es tan dolorosa que enseguida atrapa el interés, pero le faltan páginas. Sí, le faltan páginas para que todo lo que ocurre en ella sea creíble. Le faltan páginas para que podamos ver a los personajes desenvolviéndose con credibilidad más allá de los tópicos. Le faltan páginas en las que se vean las situaciones que han llevado a unos y a otros a estar donde están.
Es cierto que la historia está construida desde la perspectiva del padre y que desde esa perspectiva todo funciona correctamente. Es cierto que sobre determinadas situaciones no cabe la especulación. Sin embargo, esto es una novela, no un artículo de opinión, y quien entra en la historia necesita que se la cuenten bien para hacerla verosímil.
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