No soy Dios ni aspiro a Él.
Todas esas palabras con mayúsculas
-Ser,
Tiempo,
Existencia,
Muerte,
Memoria,
Olvido,
Silencio…-
carecen de interés para mí.
Porque sé del sufrimiento,
la única tarea que verdaderamente me interesa
es la felicidad.
Es lo que hacemos,
y no lo que lloramos,
lo que da sentido a nuestra vida.
Los diarios gestos y las acciones cotidianas
hacen posible mi reconocimiento.
Ofrecer, por ejemplo, un vaso de agua a un sediento
es infinitamente más bello y más profundo
que descubrir las claves poéticas
de la tristeza cósmica de algún ilustre poeta.
Mi destino no es morir.
Yo moriré, y tú, y todos,
pero mientras esto ocurre
quiero hacer de la vida, si es posible,
un espacio más hermoso,
pues es todo cuanto tengo.
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