Una de las esculturas que adornan la ciudad y que a mí me resultan más atractivas y relajantes es esta Fuente, de Francisco López Hernández (1932-2017).
Todo en ella me parece lleno de encanto y ternura: la apacible escena de un niño y una niña encaramados a una pared, lo absortos que se encuentran en su propio ser y hacer, el fluir continuo del agua. Todo, sí, contribuye a construir un juego remansado que se transforma en tiempo.
López Hernández pertenece a ese grupo de artistas que practicaron o practican el figurativismo realista, y de los que el más conocido es Antonio López. Esta Fuente —hasta el mismo título resulta humildemente realista— se encuentra en el recogido parque de Zubimusu, en el Antiguo, por lo que tanto la escultura como el parque resultan poco conocidos, excepto para los vecinos de la zona.
Es especialmente agradable en verano, cuando el frescor que transmite la sombra del parque, unido al rumor del agua y a la ausencia del furioso sonido del tráfico, recrean ambientes, perdidos ya en las ciudades, de juegos e infancias de otro tiempo.