Pasé hace poco por Oviedo, la Vetusta de Clarín, y en un periódico local me enteré de que organizaban visitas guiadas con las esculturas que pueblan las calles y plazas de la ciudad. Me acerqué a Turismo y pregunté por ellas. Por desgracia no son todos los días ni a todas las horas, pero muy amablemente me regalaron un librito que podía hacerme de guía para moverme por mi cuenta, aunque me advirtieron que, como se editó en 2001, solamente estaban comentadas las ¡95! que entonces había. Y, por supuesto, me señalaron en el mapa las de Mafalda y Woody Allen, que son las de mayor éxito, pero posteriores a esa fecha.Agradecido e ilusionado, me eché a la calle y busqué en el índice el material para hacerme mi propio itinerario. Me llamó la atención el título de una obra de Úrculo: El regreso de Williams Arrensberg. No tenía ni idea de quién era el tal Arrensberg. Busqué en internet y lo primero que encontré fue un dato que me atrajo inmediatamente: el escritor que nunca publicó nada. Fascinante. Tenía que ir hacia ella.
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| Eduardo Úrculo. El regreso de Williams Arrensberg. |
Todas esas preguntas, como tantas otras cosas en la vida, serán siempre incógnitas para quien se las formule. Un viajero casi siempre esconde una o mil historias en sus maletas. Podría contarte muchísimas historias sobre las ciudades que ha visitado, las ciudades que visitará, de las cosas que ha conocido allende los mares. O quizá podría hablarte de una obsesión, un recuerdo que ha marcado su vida: el aroma y la presencia de esa flor única, bella e infinita que nunca más ha vuelto a encontrar, por muchos años que han pasado y tantos escenarios recorridos a lo largo del ancho mundo.
Pero su secreto, se irá con él a la tumba, o se quedará colgado de un eterno interrogante que se planteará el caminante que contemple su rostro, convertido en estatua de bronce.
¡FELICES SUEÑOS, VIAJEROS!

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