Toda persona tiene necesidad de expresar, en mayor o menor
medida, aquello que siente, piensa, desea. Artista e intelectual serían las dos
categorías de personas cuya necesidad de expresión va más allá de lo privado.
Sin querer entrar en la polémica de los años 50 y 60[1] sobre la
esencia del arte y, más concretamente de la poesía, acerca de si en el acto
creativo predomina la comunicación o, por el contrario, el conocimiento, es
evidente que desde el momento en que surge la expresión se inicia la
comunicación. Lo que no siempre implica
que exista un verdadero diálogo en el sentido de colaboración para la
creación de sentido.
Posiblemente toda la historia del arte sea una historia de
la expresión en sentido unidireccional: o bien el artista, como poseedor de la
técnica y del saber, impone su criterio sobre el que observa; o bien el mecenas,
sea éste quien sea, —Estado, banca, instituciones y personas adineradas de todo
tipo— impone su criterio al artista, puesto que es quien paga y sostiene la
producción.
Es necesario repensar entre todos la función del arte y
su interacción con la sociedad para que no sea ni el criterio estético que
el mecenas/poder impone, ni la manifestación ultraespecializada de un reducido
grupo endogámico, generalmente al margen de la sociedad y vinculado a las
vanguardias artísticas o intelectuales, que construye su propia jerga
técnica como medio para proteger su pequeña parcela de poder y como llave de
acceso al conocimiento.
En este sentido, en primer lugar, hoy es más fácil que nunca compartir la
producción propia gracias al desarrollo de las nuevas tecnologías, lo que
permite exponer, decir, manifestar sin estar sujeto al filtro de los
diferentes poderes (económico, político, social, académico...). Es, por lo tanto,
más fácil democratizar la expresión artística y sacarla a la plaza pública, de
tal manera que forme parte del debate e interaccione con los demás grupos
sociales.
En segundo lugar, hoy es más necesario que nunca
construir un conocimiento democrático, un saber compartido entre los diversos
grupos, que tome como norma de la construcción del significado la
colaboración de todas las partes en un diálogo verdaderamente igualitario[2], sin las
reservas propias del especialista, sin los resabios gremialistas propios de la
élite, donde todas y cada una de las personas tienen el mismo derecho a
manifestar su opinión.
Por último, las nuevas tecnologías que
permiten el acceso a internet, la extensión de las redes sociales y la existencia
de Creative Commons[3] pueden hacer
que una obra sea compartida, discutida y analizada desde la comunidad entera y
tener en cuenta todos los puntos de vista. Esto posibilita la colaboración
inmediata y el acceso de la población al conocimiento, creando así una
verdadera comunidad del saber.
Así pues, la persona dedicada al arte en el más amplio sentido de la palabra, como
responsable en alguna medida de la creación de significado y como educadora
estética, puede y debe colocar a disposición de la comunidad sus reflexiones,
de tal forma que la obra se convierta en una pieza más del tan estimulante como
necesario diálogo social.
[1]
Ver Juan José Lanz, Conocimiento y comunicación: textos para una polémicapoética en el medio siglo (1950-1963). Ediciones UIB, 2009.
[2]
J. Habermas, Teoría de la acción comunicativa. Taurus, 1987. Escritos sobre moraldad y eticidad. Paidós, 1991.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Este blog es personal. Si quieres dejar algún comentario, yo te lo agradezco, pero no hago públicos los que no se atienen a las normas de respeto y cortesía que deben regir una sociedad civilizada, lo que incluye el hecho de que los firmes. De esa forma podré contestarte.