No descubro nada si digo que Madrid me parece una ciudad maravillosa a pesar de sus humos, sus prisas, sus sitios llenos de gente, sus barrios desordenados y su tráfico espantoso. Sin embargo, las ciudades las hacen las personas que viven en ellas, y yo tengo la suerte de tener unos cuantos amigos madrileños que, cada vez que paso por esa ciudad, la hacen amable, divertida e incluso tierna.
Creo que ninguno de ellos es propiamente madrileño, es decir, nacido en Madrid, pero esa es la grandeza de una ciudad: crear ciudadanía a partir de procedencias diversas, a pesar de sus políticos. Es más, no sólo me siento bien en esa ciudad cuando estoy con mis amigos. Me siento bien rodeado en el metro o en las plazas y los parques por esa ingente multitud de personas a las que desconozco y me desconocen, procedentes de la Europa del este, de Latinoamérica, de África o de Asia. Me gusta ese espíritu de ciudad abierta que aportan los que en ella viven, a pesar, otra vez, de sus políticos.
De la época en que viví allí son estas fotos que me manda mi amigo Carlos. Yo no aparezco en ellas, porque están realizadas un año o dos antes de que los conociera, pero las siento como propias y me sirven para saber que, de alguna forma, yo también formo parte de la historia no contada, mas no por eso menos real, de una ciudad múltiple, variopinta, a veces irritante y otras encantadora.
Si queréis ver las fotos no tenéis nada más que pinchar aquí.
Gracias, Carlos.
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