Seguramente la idea más poderosa de Horacio, la que mayor resonancia ha tenido a lo largo del tiempo y la que hoy podemos considerar más atractiva, por necesaria, y la que tanta gente reclama como única manera sostenible y respetuosa con el medio ambiente, es la del beatus ille.
Esa forma de estar en el mundo sin dañarlo, sin explotarlo, practicando un trabajo que nos aproxime a la tierra, que nos permita una agricultura y una ganadería local, sin la tensión y la locura que impone el beneficio cada vez mayor, sin la competencia desenfrenada y sin lucha por la conquista de mercados que nada tienen que ver con nuestro medio ambiente, esa forma de vida es la que Horacio nos pone delante de los ojos como vida buena.
Él no fue el primer defensor de la idea, pero él es quien de mejor y más bella manera lo expresa. Él comprendió que cuanto más modesta e inclusiva resultara, más fuerte sería. Y es curioso comprobar cómo la actual hiperexplotación mundial —no hay vida vegetal ni animal de la que no hayamos intentado obtener un beneficio económico— ha terminado estallando en una pandemia. Tanto enredar en todas partes, nos saltan los virus que no queremos.
Y delante de nuestros perplejos ojos de urbanitas empedernidos y dependientes de todo tipo de tecnologías se alza una vez más el letrero que indica que menos es más, que vivir con menos es vivir mejor, que vivir de la naturaleza no es agotar todos sus recursos.
Beatus ille y felices también nosotros si algún día logramos entenderlo.
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