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martes, 25 de noviembre de 2025

NIETZSCHE DESCOMPLICADO, 19

 #nietzschedescomplicado


Lecciones de Aurora 4

Uno de los asuntos fundamentales de Aurora, ya lo hemos insinuado, es la promoción del individuo, del particular, o mejor: que exista la posibilidad de que cada uno busque su propio camino, y no se halle este determinado por la inserción de cada cual en sociedad. De ahí surgirá la crítica de la moral tradicional o existente en su momento, que todavía, siglo y medio más tarde, sigue teniendo cierta preponderancia, ciertos rasgos comunes, tradicionales.

Dicha moral tradicional –de origen cristiano, aunque el cristianismo ha ido cambiando en el siglo xix– tiene pretensiones de universalidad, es la misma para todos, lo que en el fondo, o en esencia, redunda en menoscabo del individuo, y aun en su negación y supresión.

La moral tradicional, que arraiga en la «moralidad de la costumbre», esto es, en la costumbre entendida en cuanto moral, lo que pide a los individuos es que no piensen en sí mismos ¡en cuanto individuos! (A 9) — Imaginemos esos grupos humanos de los que nos habla la antropología, en los que las costumbres, las tradiciones, es decir, lo que es norma porque «siempre se ha hecho así», son las que rigen; el particular suele estar tan embutido en el grupo, en su modo de hacer y de ser, ha embebido de tal manera sus máximas de actuación que no puede sentir, pensar ni hacer nada que no sea lo convencional, lo establecido, esto es, no piensa en sí mismo en cuanto individuo.

De hecho, Nietzsche insistirá en que las normas que se llaman «morales» realmente van dirigidas contra los individuos (A 108), al pretender «que el individuo se adapte a las necesidades generales», sin que al mismo tiempo se sepa cuáles son efectivamente esas «necesidades generales». — Tenemos hoy en día un ejemplo palmario, clarísimo de lo anterior: determinadas gentes, que, además, están teniendo un éxito relativamente importante, han decidido que el mundo será mejor si seguimos sus indicaciones referentes al lenguaje inclusivo, porque el lenguaje común tradicional ha devenido discriminatorio. (Le pido al lector que suspenda por un momento su juicio al respecto, ya que, si no, será imposible que entienda lo siguiente.)

Lo que se pretende es que quienes no estén de acuerdo con esa supuesta «necesidad general» prescindan de su opinión o argumentación personal, de su propio sentir al respecto, para seguir las pautas de quien cree haber descubierto una solución general al problema de cierta discriminación. — Fijémonos en que lo que aquí se trata de imponer es un medio, un instrumento supuestamente adecuado para acabar con una discriminación –la lingüística– que, al mismo tiempo que se propone la solución, ha sido engendrada y hecha viral.

No voy a decir «todos», pero a buen seguro gran parte de quienes están en contra de dicho lenguaje inclusivo estarán plenamente de acuerdo en la necesidad de acabar con la discriminación femenina o la transgénero — un fin muy laudable. Cosa bien distinta es que el germen de dicha discriminación esté en el lenguaje, y que la solución sea imponer otra manera de hablar, que ni ellos mismos son capaces de llevar a la práctica rigurosamente.

Es decir, lo que aquí se discute no es el fin –compartido–, sino el remedio propuesto –el lenguaje inclusivo– y el supuesto origen lingüístico de la discriminación, que es el que sostiene la validez del remedio.

Vuelven, pues, las viejas pretensiones de esa moral convencional, «una reforma radical del individuo», esto es, el debilitarlo y anularlo en cuanto individuo; o dicho de manera más positiva, lograr que el individuo se sienta miembro útil de la totalidad, sea feliz sacrificándose (A 132).

El problema verdadero no es que haya gente que esté en contra de tal universalización de las pautas de pensamiento, sentimiento y acción que lo que se suele llamar moral prescribe. El verdadero problema es que «¡se es un particular!»; todavía nadie ha logrado convertirse en «el ser humano»… Y la supuesta representación de las «necesidades generales», del bien de la humanidad no pasa de ser una elección individual, en algunos casos nutrida de buenas intenciones; en la mayoría, irreflexiva, residuo de un cristianismo reciclado; y en algunos otros, pura hipocresía; en cualquier caso, un dislate, a estas alturas del siglo xxi, morrocotudo: ¡¡¡soy el particular que representa al ser humano!!!

La propuesta de Nietzsche no es la del anarcoliberalismo: todo el poder para el individuo — ¡que tenga poder!, claro. Es mucho más matizada. Veíamos el otro día la necesidad de cuidar y atender al espíritu libre que llevamos dentro; el parágrafo acababa con una llamada a la tolerancia: ¡también los demás tienen derecho a sus antojos! (A 552).

Son las acciones individuales las que tienen valor, sea bueno o malo: «Así pues, cuanto más aprecie una época, un pueblo a los individuos y cuanto mayor derecho y preponderancia les reconozca, más acciones de ese tipo [auténticamente individuales, que poseen algún valor] se atreverán a realizar a la luz del día — y de esa manera acaba extendiéndose sobre épocas y pueblos enteros una aureola tal de integridad, de autenticidad en lo bueno y en lo malo, que, al igual que las estrellas, sigue iluminando aún milenios después de haber decaído, como es el caso de los griegos.» (A 529)


***
Si quieres la paz, no hables con tus amigos; habla con tus enemigos.  

Moshe Dayan  



Fuente: Wikipedia
Mapa de los conflictos armados en curso (número de muertes violentas en el año actual o anterior):      Guerras mayores (10 000 o más). Palestina, Ucrania, Sudán, Etiopía, Myanmar (Birmania).      Guerras menores (1 000–9 999).      Conflictos (100–999).     Escaramuzas y enfrentamientos (1–99).

martes, 18 de noviembre de 2025

NIETZSCHE DESCOMPLICADO, 18

Editorial
  #nietzschedescomplicado


Lecciones de Aurora 3

Aurora, publicado en junio de 1881, es el fruto del primer año de vida errante de Nietzsche; fruto de jardinero, que lo cultiva, o mejor: de embarazada, que lo gesta, siendo el padre –como en el caso de nuestra mítica virgen– «el espíritu», esto es, los más grandes espíritus de la historia, con quien Nietzsche entretenía su soledad. En mayo de 1879 la Universidad le había concedido una excedencia por razón de su mala salud, y una pensión que a Nietzsche le resulta suficiente para la vida austera que lleva. Pasa el verano en St. Moritz, y a principios de septiembre envía a su amigo Köselitz el manuscrito de El caminante y su sombra para que lo revise. Se publicará en diciembre de ese mismo año.

El caminante y su sombra, aun estando adscrito a la segunda parte de Humano, demasiado humano, supone el inicio de un cambio respecto de lo anterior. Como nos dice en uno de sus primeros parágrafos, «tenemos que volver a ser buenos vecinos de las cosas más cercanas» y olvidarnos de creer o de saber acerca de las «grandes cuestiones de la vida» (CS 16). Si la primera parte de Humano, demasiado humano había tratado de dar expresión conceptual, científica al pensamiento trágico, El caminante y su sombra implica cierto giro, y es que no son lo mismo el árbol de la ciencia y el de la vida (CS 1); por ello hay que volver a las cosas cercanas –a lo cotidiano– y no estar esperando a que la ciencia nos despeje el terreno de las postrimerías o como, jocosamente, dice Nietzsche, «las postrimerías y las anterioridades» del hombre (CE 16).

Esos últimos meses de 1879 son de los peores de su vida: su salud empeora hasta el punto de que en la primera carta que escribe en enero de 1880 le confesará al Dr. O. Eiser: «Mi existencia es una carga terrible»; carga terrible que, así y todo, encontrará consuelo en sus «pensamientos y perspectivas».

Su primer año de vida errante, a la busca siempre del clima que mejor le siente a su cuerpo, está marcado por la enfermedad y la soledad. La enfermedad, ya lo sabemos, será para Nietzsche acicate para perseguir la salud y entregarse a su tarea. La soledad, en parte impuesta por sus continuos desplazamientos, en parte elegida para poder dedicarse honestamente a su labor, será presupuesto fundamental en Aurora: quien quiera seguir su (propio) camino ha de aprender a estar solo.

Con dicha soledad, la que nos permite atendernos y cuidarnos en exclusiva, ajenos a esa necesidad que suele despertar en nosotros el trato con los demás, la de buscar la simpatía y el amor del otro (en el mejor de los casos), tiene que ver el egoísmo que Nietzsche reivindicará.

Uno de los parágrafos más significativos y hermosos de Aurora, titulado «el egoísmo ideal», compara la atención a uno mismo con el cuidado del embarazo: somos quienes damos a luz lo que seremos, ¡cuidémoslo! Dice: «¿Hay alguna condición que sea más sagrada que la de la gestación? ¡Hacer todo lo que se haga en la creencia tácita de que de alguna manera favorecerá lo que se está gestando en nosotros! ¡Y hará que aumente su misterioso valor, en el que pensamos entusiasmados! ¡Se dejan así muchas cosas de lado sin tener que obligarse uno demasiado! […] ¡Éste es el verdadero egoísmo ideal: atender siempre y vigilar, con el alma tranquila, que nuestro estado fecundo llegue a buen término!»

No sabemos lo que va a salir, lo que vamos a ser; solo sabemos que esa es nuestra tarea, nuestro cometido ahora: «Todo está velado, todo son corazonadas, no se sabe nada de cómo van las cosas, uno espera, procurando estar preparado. […] — crece, sale a la luz: no disponemos de nada con lo que decidir ni su valor ni su momento. Todo lo que nos corresponde es saber bendecirlo y defenderlo. Nuestra esperanza secreta es que “lo que aquí se está gestando sea algo más grande de lo que nosotros somos”: preparamos todo para él, para que venga al mundo en hora buena: no sólo todo lo útil, sino también las efusiones y los laureles de nuestra alma.»

Confíamos en que lo que venga sea mejor de lo que somos, nos supere. Atendiéndonos, cuidándonos, defendiéndonos, preparándonos esperamos descubrir, realizar nuestro yo más propio: «¡Éste es el verdadero egoísmo ideal: atender siempre y vigilar, con el alma tranquila, que nuestro estado fecundo llegue a buen término! Así, de manera indirecta, atendemos y vigilamos por el bien de todos, y el ánimo con que vivimos, ese ánimo de suave orgullo es un bálsamo que se extiende todo a nuestro alrededor aun sobre las almas inquietas.» — Hay que tratarse bien uno mismo o, como se suele decir, hay que quererse uno mismo, para poder tratar bien o querer a los demás.

Eso sí, al igual que las embarazadas tienen sus antojos, «¡tengamos nosotros también nuestros antojos, y no se lo tomemos a mal a los demás cuando les toque a ellos!» — ¡No se lo tomemos a mal a los demás cuando les toque a ellos! (A 552).


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Si quieres la paz, no hables con tus amigos; habla con tus enemigos.  

Moshe Dayan  



Fuente: Wikipedia
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martes, 11 de noviembre de 2025

NIETZSCHE DESCOMPLICADO, 17

Editorial
 #nietzschedescomplicado


Lecciones de Aurora 2

La trilogía del «espíritu libre» –los dos volúmenes de Humano, demasiado humano, Aurora y La gaya ciencia– junto con Así habló Zaratustra serían la parte afirmativa de la obra de Nietzsche. Lo que luego vendría, Más allá del bien y del mal, De la genealogía de la moral, Crepúsculo de los ídolos, El Anticristo, constituiría la parte negativa o, mejor dicho: la parte «que dice no, que hace no». Mas no conviene ver una progresión dialéctica entre la parte afirmativa y la negativa. ¿Por qué?

Es cierto que Aurora abre la «campaña contra la moral», «contra la moral de la renuncia a sí mismo». Podría pensarse que, al ser crítica, es una obra que dice «no». — Mas no: «es un libro que dice sí, es un libro profundo, pero luminoso y afable».

Sus efectos pueden ser negativos. Nietzsche los vio en sus conocidos y amigos; cierta repulsión ante el tratamiento que se le daba a la moral, pero es que el idealismo de la época era mayoritario: hasta los materialistas añadían un suplemento ético idealista a su pensamiento.

Sin embargo, en Aurora «no se ataca a la moral, sencillamente, ésta ya no entra en consideración». «El que uno se despida del libro con una recelosa cautela» ante lo honrado o venerado como «moral» no empece para que en todo el libro no haya «ni una sola palabra negativa, ni un solo ataque, ni una sola maldad».

Por ello, Aurora pretende preparar a la humanidad para un gran mediodía, en que se despoje a las acciones tenidas por egoístas de la mala conciencia, en que se revierta la renuncia a sí mismo que es el núcleo de la moral. «¡Cuando el hombre ya no se considere malvado, dejará de serlo!» (Aurora, 148, «Mirando a lo lejos».)

Nietzsche ha vivido ese vuelco de manera personal. Considera Humano, demasiado humano «el monumento a una crisis», la liberación «de lo no perteneciente a [su] naturaleza». Los comienzos del libro –nos sigue contando en Ecce Homo– se sitúan en las semanas del primer Festival de Bayreuth (agosto de 1876): «no reconocía nada, apenas si reconocía a Wagner», le embargaba «una profunda extrañeza frente a todo». Y «todo» era Bayreuth, era Wagner, era su dedicación a la filología, que le habían desviado de su cometido, de su tarea. Le sobraban «idealidades», le faltaban realidades.

La enfermedad le obligó a descansar: «me permitió olvidar, me ordenó hacerlo; me obsequió con la obligación de permanecer quieto, de permanecer ocioso, de aguardar y ser paciente... ¡Pero esto es justamente lo que significa pensar!...» La mala salud de los ojos le redimió del libro, es decir, de la filología. 

«Nunca me he sentido tan feliz conmigo mismo como en las épocas más enfermizas y más dolorosas de mi vida: basta con echar un vistazo a Aurora o quizá a El caminante y su sombra, para comprender lo que supuso esta “vuelta a mí mismo”.»

Volver a sí mismo fue encontrarse, sin que eso signifique que ya estuviera antes. Antes estaba quien había claudicado ante los demás o se había dejado llevar por ellos o se había confundido con ellos. La crisis, por tanto, es cuestión de elaborar un «sí« o un «no». Mas no es igual el «no» que se juega en esta fase afirmativa de su vida y de su obra, y el «no» posterior, el de la obra crítica «dura», energuménica. El «no» actual es simplemente la vuelta a sí mismo, vuelta que no es recuperación de algo previo, sino descubrimiento, invención: un Nietzsche nuevo y original, el verdadero Nietzsche que hallará también expresión en la última fase de su creación.

Por eso dirá más adelante en Ecce Homo que las obras negativas son «un anzuelo» para atraer lectores, público a su gran tarea, que es «congelar» el idealismo, volver a la naturaleza del ser humano, sin imponerle ideales imposibles que desvirtúan la existencia, que le quitan su valor y la debilitan. 

«Mi cometido [mi tarea]: sublimar todas las pulsiones de tal modo que la percepción de lo extraño llegue bien lejos y, no obstante, esté acompañada de placer: la pulsión de la honestidad conmigo mismo, la de la justicia para con las cosas, tan intensamente que la alegría prevalezca sobre el valor de los demás tipos de goce, y, si es necesario, se sacrifiquen, en parte o en su totalidad, a ello. Desde luego, no hay contemplación desinteresada, sería el aburrimiento absoluto. ¡Pero basta la emoción más delicada!» (Fragmentos póstumos II, 2.ª 6[67].)

Dar vida a las pasiones, sublimarlas, no reprimirlas; desarrollar dos virtudes nuevas: la honestidad con uno mismo, esto es, no engañarse, y la justicia para con las cosas, el conocimiento que nos permite aceptarlas como son; y todo ello, para lograr la alegría de vivir. En todo caso, pensar, cuestionarse, dejar en suspenso la definición de uno mismo…, «orondo, feliz como un animal marino tumbado al sol entre las rocas de un arrecife». — Así, Aurora.

(Las citas sin referencia de estos dos primeros capítulos provienen todas de Ecce Homo, traducción de Manuel Barrios Casares, Tecnos, 2022.)


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Moshe Dayan  



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lunes, 3 de noviembre de 2025

NIETZSCHE DESCOMPLICADO, 16

Editorial

#nietzschedescomplicado

 Gracias a Jaime Aspiunza, que nos hace fácil lo difícil, volvemos a Nietzsche, en esta ocasión a través de sus luminosos comentarios sobre Aurora. Este es el primero.


Lecciones de Aurora

            JAIME ASPIUNZA

Entiéndase «lecciones» en el sentido, también, de enseñanzas pero, sobre todo, de lecturas o interpretaciones. Y si las voy haciendo, o dando, es porque Aurora es la obra menos conocida de Nietzsche, a pesar de que el propio autor la considerara fundamental: con ella comenzó su «campaña contra la moral».

No es que Nietzsche sea un inmoral, o un amoral; simplemente se ha propuesto la tarea, el cometido de luchar contra la moral, una moral concreta que es la de las postrimerías del cristianismo, la moral de «la renuncia a sí mismo».

Quizá sea chocante que una obra de título tan luminoso, y esperanzador –el subtítulo es «Son tantas las auroras que aún no han lucido»–, se dedique a la demolición de lo que en nuestra tradición parece lo más sagrado; hoy mismo, en pleno proceso de disolución, se echa en falta justamente esa buena moral antañona.

Quizá sea el título una de las causas de la escasa atención prestada a esa obra germinal: demasiado dulce para lo que de Nietzsche se espera. Aurora es ‘la hora áurea’, tiempo en que el aire parece de color de oro, el principio precioso del día, dorado o sonrosado –como más claramente trasluce el original, Morgenröthe, ‘arrebol de la mañana’–, canto religioso que abre una celebración festiva.

Los tonos, el momento, la connotación poco parecen tener que ver con el que se considera «el Nietzsche auténtico», ese Nietzsche energúmeno que –dicen– ha matado a Dios, pone de vuelta y media a los sacerdotes, el cristianismo, y es sospechoso, con su encomio de la fuerza, de haber inspirado a los nazis y…, probablemente también a los «Ángeles del Infierno». Y es que –también se oye– él quería ser el Fundador de una Nueva Religión.

Aurora propone un nuevo comienzo llevando a cabo la crítica de la moral cristiana o postcristiana, para hacernos ver que dicha moral responde a un «instinto de negación, de decadencia», a «la voluntad de no dejar que aflore la verdad» de que «la humanidad no marcha por el camino correcto» por dar un valor incondicional a lo no-egoísta… Él planteará un egoísmo bien entendido, entre otras cosas porque el susodicho no-egoísmo es bastante egoísta.

Pero esto es lo que, pausadamente, iremos viendo en los siguientes capítulos.

Aurora fue escrito en 1880 y en los primeros meses de 1881; se publicó en julio de 1881. Tres años antes había salido la primera parte de Humano, demasiado humano; en diciembre de 1879, la última, El caminante y su sombra. En 1882 Nietzsche publicaría La gaya ciencia, pensada en principio como continuación de Aurora. Estas tres, cuatro o cinco obras conforman lo que se suele denominar –artificiosamente– el periodo medio de su producción. Mas ajustada es la calificación de obras del «espíritu libre», pues en ellas trata de poner por obra la figura humana así bautizada.

Humano, demasiado humano, Más allá del bien y del mal, De la genealogía de la moral, Crepúsculo de los ídolos, El Anticristo son los títulos propiamente nietzscheanos, los «duros»; El nacimiento de la tragedia, Así habló Zaratustra, una manera de escapar de tales títulos: escapar, sin llegar a ningún sitio. Aurora y, quizás, La gaya ciencia son las obras más alegres, la recuperación del «interés» tras la condena y el sufrimiento de una vida enferma.

La gaya ciencia es frecuentemente visitada o, al menos, citada. De Aurora se oye poco, chirría como título nietzscheano, se diría más bien un nombre cursi de promesas imposibles. Y, sin embargo, es el comienzo del Nietzsche definitivo, el laboratorio de las ideas, donde Nietzsche practica «la exploración genuina», en un tono mucho menos dogmático y esencialista que en sus últimas obras. Como él dirá, exagerando un poco, solo un poco: «Este libro afirmativo no derrama su luz, su amor, su ternura más que sobre las cosas malvadas, les restituye “el alma”, la buena conciencia, el alto derecho y privilegio de existir». «No se ataca a la moral, sencillamente no entra ya en consideración…»

Él vio en esta pareja de obras el comentario –¡comentario escrito antes que el texto!– al Zaratustra, que publicaría entre 1883 y 1885. ¡No son, por lo tanto, escritos de una fase anterior, siquiera sea un preludio; son obras extrañamente posteriores, siempre que supongamos que el comentario algo tiene de subsiguiente! — Hay aquí una lógica enrevesada –la que Nietzsche apunta– que deberíamos respetar.

Podemos decir, entonces, que Aurora, La gaya ciencia y Así habló Zaratustra provienen de una matriz común. ¡Veamos cuál!

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Si quieres la paz, no hables con tus amigos; habla con tus enemigos.  

Moshe Dayan  



Fuente: Wikipedia
Mapa de los conflictos armados en curso (número de muertes violentas en el año actual o anterior):      Guerras mayores (10 000 o más). Palestina, Ucrania, Sudán, Etiopía, Myanmar (Birmania).      Guerras menores (1 000–9 999).      Conflictos (100–999).     Escaramuzas y enfrentamientos (1–99).