En el parágrafo 25 del tercer tratado del libro De la genealogía de la moral podemos leer lo siguiente:
¡No! No se me venga con la ciencia cuando lo que estoy buscando es el opuesto natural del ideal ascético, cuando lo que pregunto es: «¿dónde está la voluntad opuesta, en la que un ideal opuesto vendría a expresarse?» La ciencia no se apoya en sí misma, ni mucho menos, para poder serlo; se mire por donde se mire, antes necesita un ideal del valor, un poder creador de valores, a cuyo servicio pueda creer cuyo servicio pueda creer en sí misma, — ella misma jamás crea valores. Su relación con el ideal ascético no es en absoluto de oposición; es más, viene incluso a representar en su configuración interna la fuerza impulsora. Examinándolo con cuidado, vemos que su conflicto, su lucha no concierne para nada al propio ideal, sino sólo a lo que es su defensa exterior, su disfraz, su teatro de máscaras, a lo que con el tiempo queda endurecido, significado, hecho dogma — negando lo exotérico del ideal, la ciencia le devuelve la libertad a la vida que hay en él. Ambos, ciencia e ideal ascético, están plantados, desde luego, en el mismo suelo — esto ya lo he apuntado antes —: a saber, la misma sobrevaloración de la verdad (más exactamente: la misma fe en que la verdad no es ni valorable ni criticable), razón por la cual son necesariamente cómplices, — de tal modo que, en el supuesto de que se los combata, no se les puede combatir y poner en cuestión si no es siempre de manera conjunta. Cualquier valoración del ideal ascético trae consigo inevitablemente también una valoración de la ciencia: para darse cuenta de eso conviene Saro la mirada y aguzar el oído cuanto antes! (Lo que se opone al ideal ascético de manera mucho más radical que la ciencia — lo avanzo ya, aunque más adelante volveré a ello con mayor detalle — es el arte, — el arte, en el cual queda justificada la mentira, y la voluntad de engaño tiene de su parte a la buena conciencia: así lo intuyó el instinto de Platón, el mayor enemigo del arte que Europa haya tenido (p 191).Recordemos que cuando Nietzsche nos habla del ideal ascético nos está hablando de esa forma de entender la vida como camino de sufrimiento y de renuncia a los impulsos vitales (el gozo, la ilusión, la alegría de vivir, el disfrute de nuestro cuerpo...), que todo eso estaba unido a las viejas creencias cristianas de la vida como trayecto plagado de espinas para ganar la otra, la del más allá. Esta forma de entender la vida estaba intrínsecamente unida a la creencia de que la Verdad, lo mismo que el Bien, está garantizada por Dios. Pero si quitamos a Dios (Dios ha muerto), todo el edificio de la verdad metafísica, incuestionable e inmutable, se viene abajo.
La verdad, el conocimiento real, sin mediaciones extrañas que se interpongan, vendría dado, por consiguiente, por la investigación, el análisis de datos y experimentos, el contraste continuo de los estudios e indagaciones que la comunidad científica lleve a cabo de manera permanente. Lo que quiere decir que la verdad se va construyendo a medida que nuestro conocimiento va siendo más completo y detallado. No existe una verdad establecida para siempre en el ámbito del mundo físico.
Un ejemplo sencillo, que se entenderá rápidamente, es el de nuestro conocimiento astronómico. Hasta la revolución científica creíamos que cuanto veíamos en el cielo giraba en torno a la Tierra. Éramos geocentristas. Desde Galileo, quedó demostrado que Tierra y demás planetas giran en torno al Sol. Pasamos a ser heliocentristas, pero nuestro universo estaba reducido a una ínfima porción de la Vía Láctea. Con el tiempo, pudimos ver mucho más lejos y empezamos a descubrir que el pequeño universo de antaño estaba formado por miles de millones de galaxias, que se originó, según el modelo cosmológico estándar, en una gigantesca explosión (Big Bang) y que tiene aproximadamente 13800 millones de años.
He puesto un ejemplo tomado sobre el conocimiento astronómico. Igualmente podría haber sido uno sacado de la química, la biología, la geología, o cualquier otra disciplina de las ciencias naturales. He tomado el de la astronomía por lo sencillo que es y porque cualquier persona sin ningún conocimiento previo lo entiende. Esto es así hoy y lo era también a finales del XIX, que es cuando Nietzsche escribió su Genealogía.
Lo que me parece verdaderamente sorprendente es la afirmación que aparece en las últimas líneas que he transcrito: Lo que se opone al ideal ascético de manera mucho más radical que la ciencia — lo avanzo ya, aunque más adelante volveré a ello con mayor detalle — es el arte, — el arte, en el cual queda justificada la mentira, y la voluntad de engaño tiene de su parte a la buena conciencia.
Curiosamente, el arte de la segunda mitad del siglo XIX (desde la pintura a la música, pasando por la literatura) estaba profundamente impregnado de convicciones metafísicas, religiosas, espirituales e incluso mágico-esotéricas en muchas ocasiones. No era precisamente el mejor ejemplo para desprenderse de las verdades incuestionables. El arte, hoy como ayer, tiene muchas virtudes y puede ofrecernos grandes satisfacciones, pero difícilmente es capaz de ofrecernos una visión de lo real global con la que podamos manejarnos por la vida, la nuestra, la de todos los días.
Estoy convencido de que Nietzsche se equivocaba y puedo citar muchos artistas de ahora y del siglo XIX apegados a verdades inmutables de fuerte olor metafísico, pero no conozco a ninguna persona dedicada a la investigación científica que afirme que la ciencia posee la verdad incuestionable de los hechos.
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