martes, 24 de noviembre de 2020

CHARLANDO CON LUIS GONZÁLEZ FUSTER


Esta entrevista se ha realizado por medio del correo electrónico y hay que entenderla como una continuación de la charla que mantuvimos el 10 de enero,  con un café por medio, en Tabakalera. Hace diez meses no había que mantener distancias de ningún tipo. Aunque sí sabíamos de la existencia del coronavirus en China, no podíamos sospechar que en poco tiempo se fuera a convertir en el mayor problema mundial del año y que llegara a condicionar todo cuanto hiciéramos.



—La última vez que hablamos, Luis, lo hicimos tranquilamente y sin imaginar la situación que se nos venía encima. La pandemia ha puesto patas arriba el mundo en el que vivíamos y ha golpeado especialmente a la cultura. ¿Qué tal está funcionando El origen de las ideas en estas circunstancias?

Está claro que la pandemia nos está afectando a nivel económico, sobre todo a los más desfavorecidos ya que nuestra organización socioeconómica es claramente neoliberal. Pero hay un factor más interesante aún que es el psicológico, sobre todo en esta segunda ola que a diferencia de la primera, donde teníamos unas fechas programadas —confinamiento, desescalada, nueva normalidad, etc.—, en esta oleada no vemos el final y esto nos desorienta.

En cuanto a la cultura, creo que a pesar de la continua y bienintencionada aparición en los medios de comunicación de algunos personajes destacados en los medios de comunicación —escritores, intelectuales, artistas, etc.—, a los que hemos podido escuchar más de lo habitual, no se ha podido evitar, por desgracia, el cierre de muchas librerías ni tampoco el mal momento por el que pasan el teatro, el cine, etc., con todas estas restricciones actuales.

Con respecto a El origen de las ideas, ha funcionado según lo esperado. Se ha distribuido sobre todo en el entorno cercano y, en general, ha tenido buenas críticas. Hay que tener en cuenta que para una primera obra de un desconocido es muy difícil salir del círculo de amistades y conocidos, pero estoy contento.


—Como tú dices, es tu primera obra publicada y, por lo tanto, no tenemos referencias tuyas, no conocemos al autor. ¿Quién es Luis González Fuster, qué hace, qué quiere, qué piensa?

Bueno, esto es muy complejo, no sé si es fácil que alguien tenga claro siempre lo que quiere o lo que piensa, la duda forma parte de la condición humana. Se quién he sido y soy, conozco de dónde vengo y cuáles son mis ideas, que siempre serán las mismas, y por supuesto, como casi todos y todas, “hago lo que puedo”.

—El origen de las ideas sitúa el comienzo de la acción durante la Guerra civil. ¿Quiere ser tu novela una reflexión sobre la historia próxima, sobre la memoria, sobre la pérdida y el reencuentro?

La obra surge de la necesidad que yo tenía en un momento concreto de mi vida de contar esta historia familiar. La reflexión sobre la historia y su camino creo que la deben marcar los lectores. Resulta curioso la cantidad de comentarios sobre distintos pasajes del libro, y la diferencia que existe entre lo que les llama la atención a unos o a otros. Muchos lectores se han emocionado —algunos me han confesado cierta activación de la glándula lagrimal—, e incluso han encontrado paralelismos con algunos miembros de su familia a pesar de ser una historia tan personal, y esto me emociona a mí también.

—La narración se nutre, efectivamente, de elementos familiares, más concretamente de anécdotas, hechos y recuerdos de la familia González Gil. Hay, sin duda, una labor de investigación. ¿Cuánto hay de proceso creativo en la novela, de elaboración literaria, y cuánto de concreción objetiva, de indagación y búsqueda?

Sin duda existe un boca a boca familiar y una indagación popular en el entorno, ya que algunos vecinos del barrio conocían a los protagonistas desde pequeños —la familia vivió durante la época de la narración salvo el éxodo a Francia siempre en la misma casa—. El hilo conductor de la historia es objetivo y muy verdadero, pero también existe un proceso creativo bastante fuerte.

—Y unido a la anterior pregunta, ¿te costó mucho separar lo personal de lo narrativo, transformar unos datos y unas vivencias de interés familiar en una narración que pudiera tener interés universal?

La verdad es que no. Empecé el proyecto como si fuera un cuento, sin pensar en el final. Todo fue creciendo poco a poco, aunque en algún momento, sobre todo cuando el libro era una realidad a nivel sentimental me he sentido un poco expuesto. Y por supuesto el clásico: ¡qué dirán!, ¡donde va este!, incluso en alguna ocasión me han llamado presuntuoso, engreído, etc. -¡solo por escribir una historia!-, en fin… así nos va. La verdad es que estos comentarios se pueden contar con los dedos de una mano.

—En tu opinión, ¿qué es lo que más te gustaría que recordáramos de esta novela?

La unión de los miembros familiares entroncados alrededor de la figura de Natacha como un modelo posible, y que debemos ser críticos y pensadores libres. Nuestras ideas son muy importantes y no debemos olvidarlas.

—Véndenos la novela: ¿por qué deberíamos leerla?

Porque está escrita con sentimiento y eso es importante; además, se puede leer fácilmente, ya que no he querido alargarla mucho, y, por supuesto, es un pequeño alegato de bolsillo a favor de la cultura y la libertad que nos puede hacer recordar cosas que les sucedieron en aquella época a muchas familias. Por desgracia, los de nuestra generación ya no tenemos abuelos que nos puedan contar cómo vivieron.

—¿Qué proyectos tienes entre manos? ¿Qué nuevos textos andas preparando? ¿Puedes adelantarnos algo?

Los estudios universitarios me llevan mucho tiempo —las neuronas ya no están para tirar cohetes y la memorización cada vez es más difícil—, pero siempre se busca algún momento para plasmar en un cuaderno algunas ideas. Estoy preparando algunos relatos que voy a intentar unir a través de un nexo común en el tiempo, tratan de la influencia de algunas personas en la vida de otras con el paso del tiempo. ¿Su vida habría sido igual si estas personas no se hubieran conocido? Pero me temo que este segundo proyecto literario va para largo.

Muchas gracias, Luis, por tu tiempo y por tu amabilidad. Y que se vendan muchos ejemplares.

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