Tanto en la página oficial de la catedral de Segovia como en la cartela que acompaña a la obra se puede leer esto:
Maestro de los Claveles, finales s. XV
“En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Esta breve oración proclama cotidianamente el misterio cristiano de la Santísima Trinidad. Para representar este misterio, que como tal escapa a la razón, las artes plásticas han recurrido a varias fórmulas simbólicas. Esta es una de ellas: el Trono de Gracia. El Padre Eterno, sentado en un trono, sujeta la cruz en la que está clavado el Hijo; entre ambos se representa al Espíritu Santo en forma de paloma.
La presencia de los símbolos de los cuatro evangelistas alrededor del trono recuerda a las representaciones medievales de Cristo en Majestad. Lo mismo sucede con el rostro de Dios Padre, visto de frente con las orejas de perfil.
El autor de esta tabla —al que conocemos simplemente como Maestro de los Claveles— trabaja a finales del siglo XV. Desde su Castilla natal se esfuerza por absorber algunos aspectos del gusto hispano-flamenco que se va imponiendo, como los pesados pliegues geométricos. La representación del espacio le plantea dificultades, pero se redime en la realización de las figuras.
Un detalle curioso: dos de las filacterias donde aparecen los nombres de los evangelistas están intercambiadas. [Tradicionalmente se representan así: el hombre es Mateo, el león es Marcos, el toro es Lucas y el águila es Juan. Las representaciones de Marcos y Mateo son las que están intercambiadas].
Un comentario informativo, objetivo y preciso. Se podría seguir ofreciendo más información sobre la técnica, el uso del color, la disposición de las figuras, la distribución del espacio..., pero a mí lo que verdaderamente me llamó la atención fue un pequeño detalle que aprecié cuando me acerqué más:
Efectivamente, los ojos de esa paloma-Espíritu Santo. Las patas también tienen su gracia, pero esos ojos bizcos de la paloma, si son obra voluntaria y consciente del maestro, sin caer en la irreverencia, me parecen un aporte humorístico y de fantasía en toda su espléndida magnitud. Es posible que no haya Espíritu Santo más turulato ni más estupefacto en toda la pintura religiosa occidental. ¿Será por lo de la confusión en las filacterias o será por cómo está el mundo? Desconozco la razón, pero a mí me parece muy simpático.






