Editorial |
Lo mismo que Sócrates, Séneca y Epicteto, él también proclamaba la convicción estoica. Había sido educado en esta corriente filosófica y la había asumido desde temprana edad. Lo sorprendente es que la mantuviera durante toda su vida siendo como llegó a ser el máximo poder de Roma. Las doctrinas estoicas del valor, de la ecuanimidad, la imperturbabilidad (ataraxia) y la fidelidad al deber se unen en él para dar la auténtica talla de una persona. Como exclama Störig, difícilmente volverá la historia a ofrecer el espectáculo de que una medida tal de poder sea ejercida con una medida tal de autodominio y despego de sí mismo (Historia universal de la Filosofía).
Para quienes aún son reacios a la filosofía, independientemente de la escuela, doctrina o sistema, dejo aquí está reflexión del antiguo romano que siempre buscó consuelo y respuestas en ella (la negrita es mía):
El tiempo de la vida del hombre es un punto; la sustancia, fluyente; la sensación, oscurecida; toda la constitución del cuerpo, corruptible; el alma, inquieta; el destino, enigmático; la fama, indefinible; en resumen, todas las cosas propias del cuerpo son a manera de un río; las del alma, sueño y vaho; la vida, una lucha, un destierro; la fama de la posteridad, olvido. ¿Qué hay, pues, que nos pueda llevar a salvamento? Una sola y única cosa: la filosofía. Y esta consiste en conservar el dios interior sin ultraje ni daño para que triunfe de placeres y dolores, para que no obre al acaso, y se mantenga lejos de toda falsedad y disimulo, al margen de que se haga o no se haga esto o aquello; además, para que acepte la parte que le tocare en los varios sucesos accidentales e integrantes de su parte, como procedentes de aquel origen de quien procede él mismo; y, en particular, para que aguarde la muerte en actitud plácida, no viendo en ella otra cosa más que la disolución de los elementos de que consta todo ser viviente.
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