sábado, 15 de junio de 2019

TUS PASOS EN LA ESCALERA

Editorial
Me he instalado en esta ciudad para esperar en ella el fin del mundo. 

Hay comienzos de novela que se quedan adheridos a la memoria y pasan a ser un hecho cultural más, un referente de una situación, un elemento que puede explicar, sin necesidad de más palabras, una realidad compleja. No es necesario nada más que la cita, para que se despliegue toda la riqueza de significados. Sospecho que algo así va a ocurrir con esta excelente primera línea que abre la narración del último título publicado por Muñoz Molina.

Por si hemos olvidado el comienzo, en el capítulo 19 se nos recuerda: El fin del mundo es un hecho frecuente. Y cuando casi estamos a punto de terminar la novela, en el capítulo 47, el protagonista nos dice: Me he esforzado en disponerlo todo en esta casa para nuestra vida aquí, para el regreso de Cecilia, para la espera lo más grata posible del fin del mundo

Claro que el fin del mundo puede ser metafórico y referirse a tantas situaciones como podáis imaginar. O puede ser personal. O puede ser literal. O puede ser todos ellos en esta novela en la que el autor nos lleva de Nueva York a Lisboa con la facilidad de un cambio de frase, disecciona las relaciones de pareja con la habilidad del silencio, nos sumerge en la gentrificación de las ciudades con un simple paseo en coche, nos habla de la pasión por la lectura —estupendo el capítulo 14— con el cariño y la elegancia de un gran escritor, nos recuerda que fin del mundo está a la vuelta de un verano, pero, por encima de todo, nos habla del amor y del miedo, de la confusión y de las certezas, de la soledad y de la espera.

Hay quien prefiere el Muñoz Molina de los grandes relatos —El jinete polaco, La noche de los tiempos...—. A mí me gusta más el de las narraciones aparentemente menos complejas, menos épicas, menos abarcadoras. Creo que son los títulos más humildes y domésticos los que, agazapados tras la aparente modestia de lo singular alcanzan un mayor vuelo, donde la apariencia de lo particular nos ofrece toda una perspectiva profunda de universalidad. Algo así como cuando Cervantes o Tolstói se dedican a contarnos anécdotas supuestamente triviales de sus protagonistas, pero gracias a ellas construyen un friso universalmente válido.


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Y ahora permitidme que copie aquí unas frases para un amigo que seguro que las siente como propias: Yo nunca tuve vocación de hacer lo que hacía. En realidad nunca tuve vocación de nada, salvo de lo que hago ahora, que consiste sobre todo en no hacer nada.

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