viernes, 28 de junio de 2019

EMISARIOS, de Juan Manuel Macías

Me quedo más o menos al mismo tiempo sin fuerzas y sin escáner. No es una cuestión grave, las fuerzas las recuperaré después de un rato de descanso —la bici es así así, te machaca, pero te recuperas enseguida—; el escáner, seguramente, con una desconexión y un nuevo encendido. Ya veremos. 
Mientras recupero unas y otro, cojo este Emisarios  y me dejo llevar.

APUNTE SOBRE UNA GOLONDRINA
Sombra sobre la frente.
O sueño.
La golondrina escribe un lejano azul oscuro
en la pizarra del cielo.
Es tarde, tarde.
La golondrina
ha dibujado el rizo
que cortaron de un ángel proscrito y sin recreo.
La tarde es gris y fresca; la primavera, antigua;
la golondrina pasa y gira, enajenada,
sobre la frente, sobre el encerado
del tiempo.
Pequeña golondrina, vieja sombra,
escribe en letras grandes, limpia mi frente
de pensamientos;
golondrina de años, pasa y deja
sobre mi frente el leve trazo,
el humo frío de tu tarde,
la delicada firma de un recuerdo.

El primer poema me limpia el cansancio y hace que olvide totalmente el aparato que no quería cumplir su función. Sigo leyendo. Cada poema es una porción de luz que me sumerge en la belleza de cuantos emisarios ha creado Juan Manuel Macías.

Gloria a los que miraron al fondo de las cosas,
más allá del cansancio, o la tristeza
con que los ocasos se pliegan a sus frentes últimas.

El poemario es una fiesta de la palabra. Me absorbe. Poemas relativamente largos, envolventes, cadenciosos, hipnóticos. Muchos de ellos los releo en voz alta. Llego al último poema. Tres últimos versos.

Vamos hacia la tarde, o regresamos a ella,
como quien recupera el tacto de una larga cabellera oscura
o quien descansa por fin en la extrañeza del hogar.

Mi hogar no se me hace extraño, pero tengo la sensación de haber encontrado un refugio en el que he estado protegido durante el todo el tiempo que ha durado mi residencia, la lectura.

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