sábado, 15 de junio de 2019

LLENOS LOS NIÑOS DE ÁRBOLES

Editorial
Llego esta tarde a casa y me pongo a leer los 59 poemas que completan este título. Si el otro miércoles escogía la palabra intensidad para referirme a la película Clara y Claire, este poemario es como un puñetazo en la boca del estómago. Todavía estoy sin aire. Es más, me pongo a redactar esta nota con la intención de poder recuperarlo. 

No encuentro mejor manera de hablar de este poemario, el primero que publica —hace exactamente un mes— la narradora Cristina Sánchez-Andrade, que trayendo hasta aquí las palabras que figuran en la contraportada (¿serán de ella misma?):Por estos poemas atraviesa un miedo que se despierta con el tiempo: el de la mordedura atroz de la vejez. También los recorre la extrañeza que separa el amor a los hijos y la necesidad de un espacio propio; y ese otro miedo que nace de la incapacidad para expresar la ternura, o de la ausencia de algo indefinido que adopta forma de pájaro.

Dos poemas:

11

Se me desangran las cosas.
Las cosas no dichas con las que uno se muere
como heridas que se pudren por dentro.

Sangre que huele como el polvo.



59

Venimos de ese país 
en el que los árboles crecen fuertes
y no hay tiempo para llorar.
Somos sólidos como iglesias de piedra,
capaces de resistir el viento y
de permanecer erguidos en las tormentas.
Nos han educado así.

Pero la enfermedad puede más
que la lengua salada de un zorro
o que el diente de león.
Llega la hora del crepúsculo
o nadie nos quiere porque estamos heridos.

Es el impulso primario,
el tintineo del mal que,
como una uña,
golpea el cubo de hojalata.

La pasión que empuja a las gallinas a picotear
hasta la muerte a la que está herida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

NO HAGO PÚBLICOS LOS ANÓNIMOS. ESCRIBE TU NOMBRE DESPUÉS DEL COMENTARIO.