miércoles, 29 de julio de 2020

CONSILIENCE. LA UNIDAD DEL CONOCIMIENTO

En la medida en que dependemos de dispositivos protésicos para mantenernos vivos y mantener viva la biosfera, lo tornaremos todo frágil. En la medida en la que proscribamos al resto de los seres vivos, empobreceremos nuestra propia especie para toda la eternidad. Si acabamos renunciando a nuestra naturaleza genética frente al raciocinio ayudado por las máquinas, y si también renunciamos a nuestra ética y nuestro arte y nuestro significado mismo, a cambio de un hábito de divagaciones despreocupadas en nombre del progreso, imaginándonos como dioses y absueltos de nuestra antigua herencia, nos convertiremos en nada.

Con esta advertencia cierra el texto el eminente entomólogo americano, a quien en 1990 la Academia Sueca le concedió el premio Crafoord —ese premio que se estableció para cubrir las áreas del saber que los nobel no atienden—. Además, lo que nos indica la capacidad que tiene para expresarse por escrito, ha ganado en dos ocasiones el pulitzer. Vamos, que sabe escribir.

La tesis que defiende Edward O. Wilson va más allá de la divulgación y hace gala de un arrojo intelectual propio de las grandes empresas: es necesario superar la división entre las dos culturas (ciencias-letras) y empezar a trabajar en la unidad del conocimiento. Por eso recurre al término consilience, traducido como consiliencia —no consta en los diccionarios— y que sería la consistencia (convergencia, concordancia) entre diferentes fuentes de conocimiento y no relacionadas entre sí. Está, pues, relacionado con el pensamiento holístico y el pensamiento complejo

En las casi 500 páginas del libro Wilson realiza un estimulante y atractivo recorrido por todas áreas del conocimiento, y sorprende especialmente la capacidad de este hombre de ciencia para manejar con absoluta soltura temas, ideas y conceptos procedentes del arte, la filosofía o la literatura, que sin duda ha leído con mucha atención.

No se puede adquirir una perspectiva equilibrada estudiando las disciplinas a retazos, sino a través d ela búsqueda de la consiliencia entre ellas. Tal unificación será difícil. Pero pienso que es inevitable (...) En la medida en que las brechas entre las grandes ramas del saber puedan reducirse, la diversidad y la profundidad del conocimiento aumentarán (p 22).

Wilson. aunque asume como objetivo el ideal de la ciencia unificada, no termina de aclararnos si esa unificación significa sólo que se pueden reunir conocimientos de distintas ciencias (naturales y sociales), o, por el contrario, aunar, fundir en su totalidad los conocimientos de tales ciencias. Si se opta por la primera opción, la consiliencia sería la vinculación de conocimientos de distintas disciplinas para crear un marco global de explicación. La segunda, en cambio, implica la fusión de las distintas disciplinas actuales para crear un solo marco de conocimiento. Sin duda, algo mucho más complejo.

Sea como fuere, la propuesta es muy sugestiva y todo el libro se lee como una inmensa invitación al conocimiento, a la reflexión y a plantearse nuevas preguntas. También, por supuesto, como un toque de atención ante dos de los grandes retos que la humanidad tiene planteados: la sobrepoblación y la sobreexplotación de los recursos naturales. En el último capítulo da un repaso a los datos con que se contaba a finales del siglo XX (el libro se publicó en 1998), y aunque son desalentadores (22 años después, mucho más), no pierde su optimismo y termina haciendo una llamada a la responsabilidad. 

Todo un placer encontrar libros y propuestas como esta.

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