miércoles, 1 de julio de 2020

POSTURAS POLÍTICAS, MARGARET ATWOOD

Editorial
SUS POSTURAS DIFIEREN


1

Si queremos entendernos
el uno al otro: todo
menos esto, y para evitarlo

dejaré de buscar
microbios si quitas
tus dedos del microfilm
oculto bajo mi piel


2

Me acerco a este amor
como un biólogo
poniéndome guantes
de goma y bata blanca

Tú sales corriendo
como un preso político
que se fugara y no me asombra


3

Tiendes la mano
te tomo las huellas dactilares

Preguntas por el amor
te di solo descripciones

Por favor muérete, dije
así podré escribir sobre ello

Sí, la poesía de M. Atwood no es precisamente optimista ni alentadora. La visión que nos ofrece de la pareja es, simplemente, desoladora por imposible. El título de este poemario ya es suficientemente explícito: Power politics. Ya sea traducido como Posturas políticas (Navona, 2019), ya como Juegos de poder (Hiperión, 2000), la idea queda clara: las relaciones de pareja (ella-él) son relaciones de poder, ante las que siempre se sucumbe. 

Este título apareció en 1971, el mismo año de El orden del discurso —tesis: quien tiene la palabra tiene el poder—. Más: desde el 68 se estaba produciendo una crítica social, política y cultural que ponía en tela de juicio cualquier institución. Los maestros de la sospecha estaban en pleno auge y se revisaban todos los modos y maneras de la sociedad. Algo bastante similar a lo que ocurre en la actualidad. En ese contexto es donde debemos ubicar el libro de poemas de la autora canadiense.

En el poemario un yo femenino es quien nos habla. Los poemas son breves, sin adjetivación, sin elementos de adorno. Todo meollo. Afilada palabra sustantiva y acción punitiva verbal. Y aunque los poemas pueden leerse de forma autónoma, lo  que se nos presenta es una historia, una historia de desamor, de enfrentamiento, de acerada sordidez y alejamiento. La pareja es un campo sembrado de minas. Un semillero de conflictos. El brevísimo poema inaugural nos da la pauta:

penetras en mí
como un gancho en su ojal

un anzuelo
un ojo abierto

Una mujer y un hombre salen de cena. Ella le clava el tenedor en el corazón. Van al cine. Ven una película penosa, pero ella persiste en saber cómo termina. Ella imagina cómo es él: una plaga en el jardín, un hombre vomitando una borrachera, un hombre que parte a la guerra. Ella le espera. Él intenta comportarse como un hombre, pero se comporta como un niño asustado ("¿me quieres?", lloriquea). Es un hombre patético. Cuanta escena de vida conyugal aparece no es otra cosa que un momento tortuoso.

te toco
apenas y tiritas
te pones tenso

Aparecen recuerdos del soneto XVIII de ShakespeareMientras el ser respire y tengan luz los ojos, vivirán mis poemas y a ti te darán vida —. Aquí es ella la que escribe, pero no para perpetuar su gloriosa memoria. Repito: 

Por favor, muérete, dije
así podré escribir sobre ello.

Más adelante:

la verdadera cuestión es
si te haré inmortal o no.
Por el momento soy la única que
puede hacerlo... 

Un poemario encarnación de aquel lema tan repetido en la época: lo personal es político. No deja lugar ni a la duda ni tampoco a la esperanza. De él se sale lleno de magulladuras.

Llamamos sinceridad a la dureza
entre nosotros,
escogemos nuestras verdades puntiagudas
con esmero

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