sábado, 5 de septiembre de 2020

EL HOMBRE REBELDE, CAMUS

Seguramente esta sea la cita más famosa y más repetida de todo el libro: ¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice que no. Pero si se niega, no renuncia: es además un hombre que dice que sí desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes durante toda su vida, juzga de pronto inaceptable una nueva orden. ¿Cuál es el contenido de ese "no"? Estas son las palabras que inauguran el primer capítulo. Yo también las tengo subrayadas en mi edición de 1974. Incluso puedo aportar el último billete de metro —un objeto que muchos miles de madrileños no habrán visto nunca— que utilicé para señalar la página en la que dejaba la lectura:


Pero, volviendo a las citas, a mí me gustan más más estas otras palabras en el séptimo párrafo de la Introducción: Si no se cree en nada, si nada tiene sentido y si no podemos afirmar ningún valor, todo es posible y nada tiene importancia. Sin pros ni contras, el asesino no tiene culpa ni razón. Se pueden atizar los hornos crematorios del mismo modo que cabe dedicarse a cuidar leprosos. Maldad y virtud son, entonces, azar o capricho. Con ellas empecé a considerar a Camus más atractivo que Sartre. Por aquel entonces andaba colgadito de La nausea y A puerta cerrada era mi obra de teatro favorita.

Sin embargo, el párrafo que tengo subrayado y anotado, el que me sigue gustando más de todos, es el luminoso párrafo final: En el mediodía del pensamiento, el rebelde rechaza, por lo tanto, la divinidad para compartir las luchas y el destino comunes. Elegimos Ítaca, la tierra fiel, el pensamiento audaz y frugal, la acción lúcida, la generosidad del hombre que sabe. En la luz, el mundo sigue siendo nuestro primero y nuestro último amor. Nuestros hermanos respiran bajo el mismo cielo que nosotros; la justicia vive. Entonces nace la extraña alegría que ayuda a vivir y a morir y que en adelante nos negaremos a dejar para más tarde. En la tierra dolorosa es la cizaña incansable, el alimento amargo, el viento duro que llega de los mares, la antigua y la nueva aurora. Con ella, a lo largo de los combates, reconstruiremos el alma de esta época y una Europa que no excluirá nada: ni el fantasma de Nietzsche que, durante doce años después de su hundimiento, iba a visitar el Occidente como la imagen fulminante de su conciencia más alta y de su nihilismo; ni a ese profeta de la justicia sin ternura que descansa, por error, en el sector de los incrédulos del cementerio de Highgate; ni a la momia deificada del hombre de acción en su ataúd de vidrio; ni nada de lo que la inteligencia y la energía de Europa han proporcionado sin tregua al orgullo de una época miserable. Todos pueden revivir, en efecto, junto a los sacrificados de 1905, pero con la condición de que comprendan que se corrigen mutuamente y que les contiene a todos un límite en el sol. Cada uno dice al otro que no es Dios, y aquí termina el romanticismo. En esta hora en que cada uno de nosotros debe tender el arco para volver a hacer sus pruebas y conquistar, en y contra la historia, lo que ya posee, la magra cosecha de sus campos, el breve amor de esta tierra; en la hora en que nace por fin un hombre hay que dejar la época y sus furores adolescentes. El arco se quiebra, la madera cruje. En el máximo de la tensión más alto va a surgir el impulso de una flecha recta, del trazo más duro y más libre.

Este es uno de los libros que más me impactó en aquel momento. Un texto que me enseñó a dejar atrás el nihilismo y los furores adolescentes. Pensamiento apto para todos los públicos. Escritura clara y sencilla en la mejor tradición del pensamiento francés. 

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