De Claudio Rodríguez guardo un recuerdo muy especial porque es uno de esos pocos poetas con los que puedo disentir en casi todo y, en cambio, me atrae poderosamente su escritura. Si esto no fuera suficiente para reservarle siempre un sitio de honor entre mis querencias hay otra razón: es el único poeta sobre el que he organizado un recital cuyo texto era un poemario completo. Estoy hablando de el Don de la ebriedad. Eso ocurría hace veinte años. Hoy sigo leyendo sus versos:
Siempre la claridad viene del cielo;
es un don; no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.
Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor? ¡Si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!
Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?
Y, sin embargo, —esto es un don—, mi boca
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola
mortal como el abrazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.
***
- Don de la ebriedad. Rialp, Madrid, 1953.
- Conjuros. Cantalapiedra, Torrelavega, 1958.
- Alianza y Condena. Revista de Occidente, Madrid, 1965.
- El vuelo de la celebración. Visor, Madrid, 1976.
- Casi una leyenda. Tusquets, Barcelona, 1991.
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