martes, 6 de octubre de 2020

VIRGILIO HACE, HORACIO EXPLICA

Ejemplar de la Biblioteca Central



In verbis etiam tenuis cautusque serendis 
dixeris egregie, notum si callida verbum
reddiderit iunctura novum 
(Ars poetica, vv 46-48)

Tal vez en estos tres versos se condense la tarea más prodigiosa que cualquier poeta pueda hacer: que las gastadas palabras digan cosas nuevas. 

José Luis Moralejo los traducía así: Te expresarás de manera excelente si una combinación ingeniosa convierte en nueva alguna palabra sabida (Arte poética. Gredos, 2008. La edición de la imagen). Aunque el significado es el mismo, a mí me parece más expresiva la traducción de José Carlos Fernández Corte para la introducción a la Eneida que tradujo Espinosa Pólit (Cátedra, 1989): lograrás un verso excepcional si una palabra usada se convierte en nueva por una ingeniosa combinación.

Horacio no se ceñía solamente a esa idea en su Arte poética, daba otros muchos consejos y reflexionaba de la mejor de las maneras para que quienes se aventuraran en el arte de la creación literaria pudieran realizarlo de la mejor manera posible. Sin embargo, quiero detenerme en estos versos porque bien parecen escritos para explicar uno de los mayores logros de su amigo Virgilio.

Cuentan que Agripa, el responsable de la victoria de Augusto sobre Marco Antonio en Accio, tenía cierta dificultad para entender en qué consistía uno de los rasgos distintivos del estilo de la Eneida. Digamos que se sentía perplejo ante los giros que realizaba el mantuano, porque sin utilizar otras palabras que las que la gente utilizaba en la calle, él conseguía nuevos significados.

En realidad, estaba sorprendido con una de las características más brillantes del estilo virgiliano para la que no encontraba palabras, la famosa aparente naturalidad con la que fundó el clasicismo de la poesía romana. El impresionante dominio de recursos expresivos que tenía hizo posible que dotara a la lengua latina de nuevos bríos y esplendores. 

Esa es, precisamente, la tarea más noble y más elevada que puede realizar la poesía. Tarea, claro, que solo está al alcance de unas pocas genialidades. Versos como este son un buen ejemplo:

Sunt lacrimae rerum et mentem mortalia tangunt (Eneida, I, 462).

Y Borges, secuaz ilustre, lo sabía.

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