jueves, 26 de marzo de 2020

QUIJOTE, de Salman Rushdie

Editorial
De esta historia en la que se entremezclan tantos personajes como planos, tantas situaciones como ambientes y tantas tramas como voces, lo que más me ha gustado es el final. Tal vez porque el final es lo más cierto, lo de mayor intensidad, el nudo gordiano donde confluye el sentido.

Quijote puede leerse de muchas maneras: como una versión moderna del homónimo de Cervantes, como un novela picaresca, como una crítica del populismo de Trump, como una aventura de carretera, como un retrato de la sociedad estadounidense, como una sátira de los programas basura de la televisión de aquel país, como una novela sobre la propia novela, como un alegato contra el racismo... Acaso sean excesivas las posibilidades.

Posiblemente, más interesante sea preguntarse sobre qué trata, pero también aquí se nos abre un abanico inusual de posibilidades, todas ellas aceptables: trata sobre qué somos y qué representamos, trata sobre qué es o qué no es la realidad, sobre la conciencia moral, sobre la vacuidad y la fragmentación de la cultura, sobre quién o qué es el autor, sobre el arte, sobre el amor y sobre la muerte. 

Seguramente, esa sea una característica de toda obra ambiciosa, la capacidad para representar al mismo tiempo muchos temas y muchos paisajes. Y en ese deambular por la condición humana —y por buena parte de la literatura occidental— Rushdie nos va dejando reflexiones cada vez más interesantes a medida que sus personajes se van destruyendo un poco más.

Ser abogada en tiempos sin ley era como ser payaso entre gente sin sentido del humor: es decir, o era completamente redundante o bien completamente esencial (p 95).

La vida se había convertido en una serie de fotografías efímeras que se posteaban a diario y desaparecían al día siguiente. Ya no teníamos relato (...) Solo existía la caricatura plana del instante (p 329).

Solo al final del angosto camino que llevaba al lejano norte percibía el poeta japonés que no había nada que aprender en el lejano norte; solo al coronar la cima del Qaf, que habían ascendido en busca de su dios alado, los treinta pájaros-peregrinos veían que el dios que buscaban eran ellos mismos (p 513).

Podría deciros que Quijote es un tipo de avanza edad de origen indio, que vive y trabaja en EEUU, que después de un derrame ha perdido parte de la memoria, el control de la realidad y que vive pegado a la televisión. Que cree estar enamorado de una presentadora de enorme éxito, que tiene un hijo llamado Sancho, quien a su vez es un remedo de Pinocho y que emprenden un largo viaje para lograr conseguir el amor de sus damas. Pero todo esto no es nada más que un invento de un escritor de poco éxito que tiene una historia aún más retorcida que sus propios personajes.

En realidad, lo que importa es que hay algún hombre y alguna mujer y algún hijo y alguna hija, y que casi nunca saben amarse. Incluso puede que se hagan mucho daño. La realidad es muy complicada y no siempre es fácil encontrar el camino tal y como lo encontró el poeta japonés. Pero la literatura nos puede ayudar.

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Y no te olvides de mandar mensajes de ánimo a los enfermos que se mantienen aislados en los hospitales.

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