martes, 10 de marzo de 2020

EL TEMPLO QUE NO PUDE VER (impresiones de un turista accidental, 3)

Cuando ya andaba por Kioto, recomendaciones de un gobierno en mi segunda semana de periplo japonés y el extravío de un documento tuvieron la culpa de que no pudiera visitar Sengakuji (Tokio). O al menos eso creo, ya que solo el tiempo posee una memoria incorrupta capaz de guardar una exacta fidelidad con los hechos, mientras que la humana es voluble y caprichosa.

Digamos que el viaje entendido como un "ver cosas" me atrae menos que nada. Y desde luego no viajo por entretenimiento. Pero cada cual tiene sus razones que más tarde el tiempo, otra vez el tiempo, se encarga de desordenar. 

Hasta allí, hasta Sengakuji, me iban a llevar estas palabras: Este es el final de los cuarenta y siete hombres leales —salvo que no tiene final, porque los otros hombres, que no somos leales tal vez, pero nunca perderemos del todo la esperanza, seguiremos honrándolos con palabras. Son las palabras con las que Borges pone fin al cuento "El incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké" (Historia universal de la infamia).

Recoge en él una historia que seguramente tiene mucho más de leyenda que de hecho histórico, pero el ser humano ha sido dotado de un portentoso poder, el de la palabra y con ella ha conformado una realidad tan prístina y tan viva que incluso aventaja a la realidad de los hechos concretos.

Lo cierto es que allí están las tumbas de cuarenta y siete leales a un código de honor de hace tres siglos. La historia tal y como la recoge la propia página web del templo, es como sigue: 

Año 1701, Asano Naganori, señor feudal de Ako, es designado por el shogunato para entretener a los enviados imperiales que visitaban Edo desde Kioto. Debía buscar instrucciones de su asesor oficial, Kira Yoshinaka. Pero a Kira no le gustaba Asano y lo trató con malicia y deshonró su honor como samurái. Incapaz de tolerar más el insulto de Kira, Asano sacó su espada contra él en el Castillo Edo y logró hacerle un rasguño en la frente y otro en el hombro.

Desenvainar la espada dentro del castillo de Edo estaba estrictamente prohibido y Asano fue arrestado de inmediato. También había una ley denominada "castigo igual para las disputas" que castigaba a los dos sumarais involucrados en una pelea, por lo que se esperaba que Asano y Kira fueran castigados. Sin embargo, aunque Kira no recibió castigo, Asano fue condenado a muerte por seppuku (harakiri) en un jardín de la residencia de otro señor aquel mismo día, sin una investigación adecuada. Este castigo era propio para un delincuente, pero inapropiado para alguien de la posición de Asano. Además, la propiedad de Asano fue confiscada y su línea familiar apartada de la nobleza.

Los leales del Señor de Ako, conocidos como Ako Gishi, se indignaron de este juicio y pidieron una enmienda de la orden y la reinstauración de la casa Asano. Pero sus solicitudes fueron desestimadas.

Casi dos años después del fatídico incidente, 47 samuráis de Ako se reunieron bajo el antiguo jefe de retención, 
Oishi Yoshio, para vengar la muerte de su señor y la injusticia impuesta por el shogunato. El 14 de diciembre de 1702, atacaron y mataron a Kira en su residencia. Luego marcharon a Sengakuji para presentar la cabeza de Kira a la tumba de Asano. Más tarde, se entregaron al shogunato y, como ya sabían, fueron sentenciados a seppuku.

Algunas de las lápidas. Fuente: Wikipedia.
Esta historia es una historia tremendamente popular en Japón, y dicen que es habitual encontrar cualquier día del año personas que van a honrar al templo la memoria de los cuarenta y siete samuráis, a pesar de haber transcurridos ya más de 300 años. Este es el éxito póstumo de los 47 ronin, que no pudieron esquivar la muerte, pero vencieron al tiempo.

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