sábado, 14 de marzo de 2020

NIKKO (impresiones de un turista accidental, 4)

Frontón de un de los edificios del santuario de Toshogu.

La pequeña población de Nikko se encuentra a una distancia de un par de horas en tren desde Tokio. No pasa de ser poco más que una calle con casas a ambos lados. Sin embargo, es uno de los lugares más visitados de Japón porque alberga algunos de los santuarios más bellos del país, un precioso parque natural, un subyugante Paseo de los 70 budas y un magnífico puente que en su momento daba acceso a la ladera de la montaña sagrada, donde se encuentran los santuarios. Un refrán japonés viene a remarcar la belleza del lugar: Quien no ha visto Nikko, que no use la palabra maravillaEl puente, cómo no, tiene su propia leyenda.

Puente Shin-kio.

Hace mucho, mucho tiempo, cuando en la montaña que hay frente al puente solamente vivían ascetas dedicados a la oración, llegó hasta el lugar un monje budista de grandes virtudes. Quería adentrarse en la montaña, pero el río, muy crecido, le impedía el paso. Comenzó a lamentarse en voz alta y entonces surgió de lo profundo del bosque una enorme serpiente roja que de un salto abarcó las dos orillas, de tal forma que el piadoso monje pudiera pasar sobre su lomo arqueado. Cuando había terminado de cruzar, se volvió para agradecer a la serpiente el generoso gesto, pero esta ya había desaparecido en una delicada voluta de humo. Supongo que en esta historia se encuentra el origen del color y de la forma de los puentes tradicionales japoneses.

Los tres monos sabios.

Un poco más adelante, poco después de penetrar en el recinto del santuario de Toshogu, me di de bruces con los tres monos sabios, a los que no había asociado ni con Japón ni con el sintonismo. Hasta ese momento eran para mí una imagen divertida que poder utilizar en las conversaciones de guasap. Y mira por dónde, allí estaban los tres monos para recordar a la población que no hay que escuchar ni ver ni proferir maldades. Sin duda, un sabio consejo que deberíamos practicar todos los días.


Al anochecer, de vuelta a la estación, me encontré con esta simpática farola adornada por una cabeza doble de dragón (serpiente voladora). Supongo que será la cabeza de la amable serpiente que ayudó al monje a cruzar el río, y que se encuentra reproducida en multitud de templos y santuarios.


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He dejado unas pocas fotografías en la columna de la derecha de este blog. Están agrupadas por ciudades. 

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