miércoles, 28 de agosto de 2019

RICARDO II (EL UNIVERSO SHAKESPEARE, 8)

Ricardo II es una de las obras menos conocidas de Shakespeare en el mundo de habla castellana, entre otras cosas porque no existen muchas traducciones ni tampoco es la típica tragedia representada en todos los festivales de teatro clásico. Pero esto, que es así, tampoco quiere decir gran cosa. 

Ricardo II es una tragedia histórica teñida de nostalgia. Es también una profunda reflexión sobre el poder, una tragedia sobre la culpa y una estupenda metáfora sobre el teatro del mundo. Y es, como nos lo recuerda Bloom, la puesta en escena de un pésimo rey que tiene, sin embargo, buenas dotes de poeta metafísico. Dejadme que os cite las palabras del estudioso neoyorquino.

Rey alocado e inadecuado, víctima tanto de su propia psique y su extraodinario lenguaje como de Bolingbroke, no es que Ricardo gane nuestra simpatía, sino nuestra renuente admiración estética por la cadencia moribunda de su música cognitiva. Es totalmente incompetente como político, y totalmente dueño d ela metáfora (Shakespeare. La invención de lo humano. p 305).

A punto de acabar, en Ricardo II también podemos leer —acto V, escena V— uno de los soliloquios más impresionantes del teatro, que sería citado muchas más veces si no fuera por que el de Hamlet oculta prácticamente cualquier otro.

Me he estado preguntando cómo puedo comparar la cárcel en que vivo con el mundo y, como el mundo es tan populoso y aquí no hay otro ser que no sea yo, no soy capaz. Con todo, voy a resolverlo. Mi mente será la hembra de mi espíritu, mi espíritu el padre, y los dos engendrarán una prole de pensamientos fecundantes que poblarán este mundo en pequeño de caracteres tan variados como el mundo, pues ningún pensamiento se contenta. Los más altos, los de asuntos divinos, se entremezclan con las dudas y ponen a las Escrituras en contradicción; primero, «Venid, niños, a mí», pero después, «Venir es tan difícil como es para un camello pasar por el ojo de una aguja». Los pensamientos ambiciosos imaginan milagros imposibles: cómo estas débiles uñas pueden abrir brecha en el pétreo costillar de este duro mundo que es mi cárcel y, como no pueden, mueren en su orgullo. Los pensamientos de paciencia se ilusionan con que no son los primeros esclavos de Fortuna, ni serán los últimos, cual los pobres mendigos metidos en el cepo, que amparan su vergüenza en los muchos que han metido y meterán y, pensando de este modo, se consuelan, llevando su infortunio a las espaldas de los que han soportado suerte igual. Así yo en uno solo hago de muchos, y ninguno satisfecho. A veces soy rey, mas la traición me hace que prefiera ser mendigo, y lo soy. Entonces la aplastante miseria me hace ver que me iba mejor cuando era rey, y vuelvo a ser rey, mas muy pronto pienso que Bolingbroke me ha desreinado, y ya no soy nada. Mas, sea uno u otro, ni a mí ni a nadie que sólo sea un hombre ya nada podrá complacernos si no es la paz de no ser nada. (Suena música). ¿Oigo música? ¡Eh, eh, lleva el ritmo! ¡Qué amarga es la música dulce cuando no se observa ritmo ni medida! Así ocurre en la música del hombre. Yo aquí tengo finura de oído para advertir discordancias en la cuerda, mas, respecto a la concordia de mi reino, no he tenido oído para oír mis disonancias. Perdí el tiempo, y ahora el tiempo me consume, ya que me he convertido en su reloj. Mis pensamientos son minutos; con suspiros marcan su andadura a la esfera de mis ojos, adonde mi dedo, semejante a un minutero, siempre apunta enjugándoles las lágrimas. Pues bien, señor, los sonidos que indican la hora son clamores que golpean mi corazón, que es la campana. Suspiros, lágrimas, clamores dan los minutos y las horas. Mas mi tiempo corre apresurado en la alegría de Bolingbroke, mientras yo tonteo aquí, muñeco de su reloj. Esa música enloquece. ¡Que no suene! Aunque ha devuelto el juicio a los locos, yo creo que va a quitárselo a los cuerdos. Sin embargo, bendito sea quien me la brinda, pues es señal de afecto, y el afecto a Ricardo es una rara joya en este mundo de odio.

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