No he tenido la oportunidad de conocer personalmente a Javier Muguerza, pero sí he tenido la suerte de leer alguno de sus libros. Sirva esta breve nota como recuerdo del maestro y expresión de gratitud a cuanto me ofreció su pensamiento. Quien busque aquí un obituario o un resumen de su obra que acuda a otras fuentes menos personales.
Acababa de empezar la década de los 90 y yo me encontraba en la necesidad de fundamentar mi propio pensamiento en torno al pacifismo y a la mediación en conflictos desde parámetros algo más sólidos que los de la literatura al uso en el ámbito de la educación. Por entonces conocía alguna obra de Adela Cortina, estaba rumiando a Habermas y tenía siempre a mano la Crítica de la razón práctica. Poco antes de las vacaciones estivales me encontré con este ejemplar en una librería. Miré el índice y me lo llevé. Las 700 páginas me mantuvieron ocupado durante aquel verano.
De los tres títulos que he leído del profesor Muguerza —La razón sin esperanza, La alternativa del disenso y Desde la perplejidad—, este que figura aquí es al que más cariño tengo porque fue el primero que leí, al que presté más atención, el que más me aportó personalmente y el que está lleno de anotaciones por todos los márgenes y subrayados de formas diversas según el significado. Es uno de los libros con los que más "he dialogado" y, extrañamente, de los que menos he hablado yo a la gente que me rodea, tal vez porque entonces el tema era solamente mi tema, no lo sé.
Han pasado veintinueve años desde su primera publicación y aunque la literatura sobre la razón dialógica, las exégesis sobre la obra de Apel y Habermas y las vueltas en torno a la razón práctica de Kant han crecido mucho, creo que esta obra aborda de manera rigurosa y muy esclarecedora la cuestión central de la ética, que no es otra que hacernos pensar sobre lo que somos y cómo debemos actuar. Pero mejor os dejo un ejemplo de esas líneas que tengo subrayadas, con las que podemos apreciar el espíritu del maestro Muguerza.
El hombre es (...) ante todo un animal que sueña al conocer y al actuar, esto es, el único animal capaz de soñar despierto. La razón tiene, pues, que hacer lugar a esa capacidad de ensueño, que no es ajena a la imaginación científica o política —como menos aún lo es la artística— y que invariablemente ha acompañado con mayor o menor intensidad a la especulación filosófica. El alimento de esa capacidad es la esperanza (p 85).
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