sábado, 15 de enero de 2022

CAROLINA CORONADO

15 de enero de 1911, Carolina Coronado muere en Lisboa. Es la segunda vez que muere y la última, porque la poeta ya había muerto en 1844. Famoso es el pasaje de catalepsia que la tuvo como muerta durante varios días. Incluso hubo publicación de necrológicas en los periódicos madrileños. Por suerte, se recuperó y quienes ya habían expresado sus condolencias y divulgado su desaparición, tuvieron que retractarse. 

Otra anécdota: era tía de Ramón Gómez de la Serna; bueno, más exactamente fue tía de la madre del escritor, Josefa Puig Coronado.

La poeta había llamado la atención de Espronceda con su brillante poesía, y este la apadrinará junto con otro consagrado de la época romántica, Hartzenbusch. Ambos reconocieron inmediatamente el talento literario de la extremeña.

Carolina Coronado y Gertrudis Gómez de Avellaneda serán las dos escritoras más interesantes del romanticismo español, salvando, claro está el nombre de Rosalía de Castro, figura destacada por encima de todas y ya metida en los quehaceres del posromanticismo.

Es evidente que la poesía es una lectura minoritaria y que la de Coronado es difícil de encontrar en una librería. Castalia publicó hace ya unas décadas este magnífico ejemplar con un estudio introductorio de la profesora Noël Valis, pero ya no se encuentra si no es en bibliotecas o librerías de viejo. Afortunadamente, Torremozas sacó una antología con su obra poética hace aproximadamente un año. Esa sí está disponible. Y si la urgencia por leerla os acucia y no tenéis cerca ni biblioteca ni librería, siempre está la amplia y bien nutrida página web poesias.es, donde encontraréis casi todos sus poemas.


LOS CANTOS DE SAFO

I

Como el aura suavísima resbala
de placer en placer fácil mi vida:
entre el amor y gloria dividida,
¿cuál es la dicha que a mi dicha iguala?

Al lado de Faón, su amor cantando;
con la luz de sus ojos fascinada;
dicha inmensa es de Safo bienhadada
perder sus horas en deliquio blando.

Dicha inmensa es de Safo venturosa
que su amante en el aire que respira
beba el acento de la tierna lira,
que tan sólo por él suena amorosa.

¡Cómo a mis ojos inefable llanto
gota por gota el corazón destila,
si un instante su faz dulce y tranquila
brilla gozosa al escuchar mi canto!...

¡Si de su boca en lisonjero arrullo
la voz desciende a celebrar mi lira,
y hálito vago que su labio expira
mis sienes cerca entre el falaz murmullo!

Siento, Faón, tu delicado aliento
bullir entorno de la frente mía,
y en deliciosos tonos de armonía
herirme el corazón tus voces siento.

El corazón sus golpes precipita
al eco de tu voz apasionada:
a un suspiro, a un acento, a una mirada
como el seno de tórtola se agita.

No temo entonces que por bella alguna
perjuro olvides tu feliz cantora,
ni atractiva beldad venga en mal hora
a destrozar mi plácida fortuna.

¿Y quién la flor de la ventura mía
osará marchitar con mano aleve?
¿Quién a usurpar tu corazón se atreve
y a reinar donde Safo reinó un día?

¡Ah! no soy bella: su preciosa mano
en mi rostro los Dioses no imprimieron;
más al alma benignos concedieron
de los genios el numen soberano.

Y cítara en mis manos peregrina
las hermanas de Febo colocaron,
y de entusiasmo el corazón llenaron
de amor ardiente e inspiración divina.

Goza de triunfos la beldad un día,
que el porvenir destruye rigoroso;
cuando el genio entre aplausos victorioso
de la inmortalidad al templo guía.

Lecho de tierra y silencioso olvido
sólo del mundo la hermosura alcanza:
el estrecho sepulcro a do se lanza,
los rayos borrará de haber nacido.

Cual sueño pasará, si el genio alzando
la poderosa voz no la eterniza,
su cantar que a los siglos se desliza
vida preciosa a sus cenizas dando.

Yo también cantaré: también mis voces,
tierna Faón, tu nombre repitiendo,
con tu amor y mi amor sobreviviendo,
al porvenir sin fin irán veloces.

Yo a esa Grecia opulenta, sabia y justa
arrancaré un aplauso duradero,
una corona como el grande Homero
a mis sienes tal vez ceñiré augusta.

Y mírala ¡oh Faón! y tu sonrisa
premie el esfuerzo de tu Safo amada,
más plácida a su ser que en la alborada
place a las flores la naciente brisa.

II

Musas divinas, dioses del talento,
¿Qué me vale ceñir vuestra aureola?
Bella rival con su belleza sola
alcanzó mi afrentoso vencimiento.

Lanzadla de ante mí, lanzadla, cielos;
que al verla, el odio que me inspira crece,
mi vista con su vista se oscurece,
y hierve el corazón de envidia y celos.

Lanzadla lejos de él; no más admiren
sus ojos a la bella enamorados:
ni los míos en tanto ensangrentados
por sorprenderlos incesantes giren.

Alma Venus, escucha tú mi ruego,
y protege el amor que has encendido;
en el pecho cruel del fementido
brote una chispa del extinto fuego.

Dame atractivos, dame esa ilusoria
forma y hechizos con tu luz tocados,
¡y quítenme los Dioses irritados
mi cítara, mis cantos y mi gloria!

III

De Venus al oráculo las preces
de los augures fieles demandaron,
y el fin de mis desdichas por tres veces
y el triunfo de mi amor adivinaron.

Mas ¡ay! mintieron. —Tú roca insensible
desoyes mi pasión. —¡¡Ni una esperanza!!
¿no temes, di, que tu perjurio horrible
provoque de los Dioses la venganza?

¡Qué! ¿No temes que Venus indignada
a mis clamores presurosa acuda?
¿No temes que su cólera sagrada
sobre tu frente criminal sacuda?

Amante Diosa que el amor preside,
tú la invocaste de tu fe testigo
mi injuriada pasión venganza pide,
su hollada majestad pide castigo.

IV

Tu juventud corría silenciosa,
entre la oscura turba confundido,
cuando uniendo a tu nombre su renombre
Safo su gloria dividió contigo.

La cantora de Grecia descendiendo
de su altura, hasta ti, quiso amorosa
cantar tu vida y alumbrar tu frente
con la radiante luz de su aureola.

Y a tu lado, Faón, si la voz mía
se elevaba a cantar nuestros delirios,
miel divina en mis labios derramaban
solícitas las hijas del Olimpo.—

¿Dónde la bella que fingiendo amores
tu conquistado corazón me arranca?...
Ayer mi seno de placer latía,
y hoy de despecho y de dolor se abrasa...


Y este es el poema suyo que más me gusta, donde se identifican la poeta y la luna. La naturaleza, como dice Rico en su comentario, no es ya el misterio que representaba para la concepción romántica de la misma, sino comprensión.

LA LUNA EN UNA AUSENCIA

Y tú, ¿quién eres de la noche errante
aparición que pasas silenciosa,
cruzando los espacios ondulante
tras los vapores de la nube acuosa?

Negra la tierra, triste el firmamento,
ciegos mis ojos sin tu luz estaban,
y suspirando entre el oscuro viento
tenebrosos espíritus vagaban.

Yo te aguardaba, y cuando vi tus rojos
perfiles asomar con lenta calma,
como tu rayo descendió a mis ojos,
tierna alegría descendió a mi alma.

¿Y a mis ruegos acudes perezosa
cuando amoroso el corazón te ansía...?
Ven a mí, suave luz, nocturna, hermosa
hija del cielo, ven: ¡por qué tardía!

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