lunes, 3 de enero de 2022

SALAMANCA


 A Salamanca se puede acudir por muchas y variadas razones, cada cual tendrá la suya. 

Se puede ir por ver lo bien colocadas que están todas sus piedras y el fantástico color que adquiere la arenisca de Villamayor. Se puede ir para perderse en su plaza mayor y disfrutar de sus terrazas o entretenerse buscando los personajes insertos en los medallones que la adornan. Se puede ir para recorrer pasadizos y miradores de las altas torres desde donde dejarse cautivar por la belleza. Se puede ir para emocionarse con el conocimiento que esparcieron tantas criaturas privilegiadas en las aulas de su universidad. Se puede ir para ver las mejores y más abundantes portadas platerescas del país. 


Se puede ir para averiguar por qué al verraco vetón le falta la cabeza. Se puede ir para leer a la orilla del Tormes las venturas y desgracias del pobre Lázaro. Se puede ir para dejarse impresionar por uno de los puentes romanos de más bellas dimensiones. Se puede ir para dejarse seducir por la colección más ornamental y sugestiva que se guarda en la Casa Lis. Se puede ir para dejarse llevar por las leyendas antiguas de la Cueva de Salamanca, la Casa de las Muertes o la de las Conchas.

Se puede ir para mirar debajo de cada una de la conchas, a ver si es cierto que hay un tesoro escondido. Se puede ir para comprobar si sus piedras son más hermosas iluminadas de noche o de día. Se puede ir para jugar a Calisto y Melibea en su jardín. Se puede ir para comprobar si las cigüeñas siguen encumbradas en sus altillos. Se puede ir para intentar descubrir la rana sobre la calavera en la magnífica portada de la universidad, el astronauta en la no menos magnífica de la catedral (la nueva, claro) o el menos famoso, pero quizá más juguetón dragoncillo que se está comiendo un helado.


Se puede ir por todas estas o por cualquier otra razón. O por ninguna de ellas, que yo no soy nadie para decir cuál es la que a ti te apetezca.

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Aquí tienes alguna que otra razón más.

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