viernes, 21 de enero de 2022

GÓNGORA

Tendemos a pensar que el estado de cosas que vivimos es la que ha existido siempre. Pensamos que la nómina de un manual de literatura española en el que hemos estudiado ha sido la relación de nombres que siempre ha estado presente. Nada más alejado de la verdad. Recojo aquí las palabras de Dámaso Alonso sobre el caso Góngora:

La restauración de Góngora comenzó allá en Francia (a cada cual lo suyo). Fue necesario que al Parnaso le pusiera una deliciosa, matizada sordina el simbolismo, para que, dentro de este último, un gran poeta, Paul Verlaine, que no sabía español, volviera los ojos a Góngora. Culto tan genialmente intuitivo como burdamente "snob", que Rubén Darío aprendió en los cenáculos de París y trajo a España.

¿Por qué ese súbito interés por Góngora? Es que Góngora era el poeta maldito, el artista raro, incomprensible, el escritor execrado en las historias de la literatura. Lo que se buscaba entonces en él era lo "precioso", lo "vago", lo "sugerente", lo "nebuloso". Y ahí quedaron las cosas, con unas cuantas resonancias (D. Alonso, Poesía española, Gredos, 1993).

Después llegaron una legión de estudios realmente serios e intentaron poner a Góngora en su sitio. Fue la llamada generación del 27, es especial el autor de quien he citado las palabras, quienes se encargaron de enseñarnos a leer y a disfrutar del poeta cordobés. Y luego vinieron más trabajos, más lecturas y más ediciones esclarecedoras con las que solemos comenzar la lectura del Góngora más técnico, más difícil y también más perfecto y extraordinario, el de la Fábula de Polifemo y Galatea y el de las Soledades.

En la actualidad, contamos con una legión de buenas ediciones que nos permiten su lectura sin ningún problema, excepto la pereza que nos dé comenzar a disfrutar de la maravilla que es la lengua poética de don Luis, seguramente nunca igualada en la historia de la creación lingüística en idioma castellano. Un solo ejemplo tal vez sea suficiente para convencernos de la enorme capacidad de creación de imágenes que tenía. 

En 1609, ya poseedor de todos sus recursos, escribe, desencantado y triste por los asuntos de palacio y de la justicia, una epístola moral sin Fabio (G. Diego), recreación de las epístolas morales y el beatus ille horaciano en la que, entre otras muchas perlas, leemos esta para referirse al ruiseñor: 

prodigio dulce que corona el viento,
en unas mismas plumas escondido
el músico, la música, el instrumento.

No cabe más belleza ni más inteligencia. Genialidad pura.

***

Y para quienes prefieran leer directamente, sin mediación de ningún tipo, en edición sin lujo, pero bien cuidada, siempre está la colección de la Biblioteca Castro, por supuesto: 

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