domingo, 26 de mayo de 2019

AMELIA ROSELLI

Gracias a Sexto Piso, que ha publicado estos dos títulos Amelia Roselli (1930-1996), podemos tener acceso a la obra de esta rara y singular poeta, hija del político socialista Carlo Roselli y de la militante laborista, Marion Cave. Su infancia, por tanto, viene determinada por la actividad antifascista de sus padres y por el dominio de tres lenguas —inglés, italiano y francés—. 

Su poesía, de corte vanguardista, tiene un claro impulso renovador. Ella mismo dijo: Hay poetas del descubrimiento, de la renovación, de la innovación… Yo soy una poeta de la búsqueda. Y una búsqueda constante es su obra. Búsqueda de nuevos ritmos, nuevas formas, nuevos sonidos, nuevas posibilidades del lenguaje. 

Os dejo el fragmento inicial de La libélua:

La santidad de los santos padres era un producto tan
cambiante que decidí alejar cualquier duda
de mi cabeza lamentablemente demasiado clara y dar
el salto para un adiós más difícil. Y fue entonces
que la santa sede se afanó por saltar
los fosos, no sé cómo, pero quedé alucinada.
Entonces los míseros restos de nuestros muertos
quedaron resonando violenta,completamente,
oh yo canto por las calles pero sólo el santo padre
sabe dónde irá a terminar todo. Y tú llevarás
de rodillas tus santos asuntos al confesor
y él te dará esa bendita bendición
que yo quisiera ver hecha de pan y aceite. Entonces
como decíamos yo estaba tirada en la hierba pútrida
y las canciones de amor sobrevolaban mi cabeza
enferma de amor, y rumiaba tempestades y
plegarias y todas las luces del santo padre estaban
encendidas. De hecho la santa sede también rumiaba
canciones pueriles y todos los automóviles de los más
ricos artistas eran acogidos tras sus muros;
oh desdén, ni siquiera la cauta pesquisa hace que
podamos ocultar nuestros defectos más terrenales,
como por ejemplo el desvariar en gastados
versos, o llorar en los muros torcidos de nuestras
ambiciones: colores olorosos, de cera, recortados
en el oloroso establo de los entendedores. Pero no tengo
ningún odio calentándose en mi cocina sólo
la cansada bestia oculta. Y si el mar que
fue aquella lejana bestia oculta me preguntase
qué hace ese gran anhelo, le respondería
déjame tranquila, no aguanto más
tus dilaciones. Pero él sabe mejor que yo cuáles
son las virtudes del hombre. Yo le digo que es más
feliz la tarántula en su jardín privado,
él responde pero tú no sabes aferrar. Las riendas
se me escapan si no me atengo al poder de la
racionalidad yo lo sé tú lo sabes lo saben algunos pero
igualmente las queridas cortinas de los descontentos a veces
también perforan mis sueños. Y tú lo sabes. Y yo
lo sé pero la vanguardia todavía anda a caballito en
mis hombros y ríe y escupe como una vieja
bruja, y ni siquiera yo sé dónde debo
tomar el tranvía para enriquecer tus sueños,
y mis estrellas. Pero ya ves yo también he perdido
las agraciadas resplandecientes capacidades de
quien sabe no darle importancia a esos asuntos.
Debo comer. Tú debes correr.

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