EXORDIO
Al final del camino de mi vida,
desciendo hacia los días que reposan
y busco la belleza cotidiana
que siempre humilde, alegre y generosa
se ofrece como regalo del día
en el ala ligera de las horas.
***
Durante mucho tiempo he creído
que las imágenes más grandes y mejores,
que los más hermosos y sólidos sonidos,
que las creaciones más puras e intensas
provenían siempre de magníficos libros,
de hermosas salas de auditorios nacionales,
de exquisitos museos,
de magistrales análisis
de los excelsos maestros pensadores.
Fui creciendo al mismo tiempo
que la biblioteca se ampliaba
y la alta cultura dictaba su criterio.
La exégesis lucía su saber
y el deslumbramiento de la tierna edad
y la nula experiencia obedecían.
Poco a poco, he ido descubriendo
que existe otra belleza más próxima,
más común, más directa, menos elaborada,
acaso más acorde con la vida,
que se extiende por campos y ciudades,
impregna bosques, valles y laderas,
está en el movimiento de los mares,
en el fluir sin descanso de los ríos
y en la sonrisa inquieta de pequeños
arroyos, fuentes y manantiales;
en los animalillos que entretienen
la inocente mirada de los niños;
en amaneceres y crepúsculos
que abren el día y anuncian la noche;
en generosas y opulentas lluvias
que riegan campos y apagan la sed;
en las aves que atraviesan los cielos;
en los cielos que cambian los colores
todos los días de todos los años;
en la inmensidad de la arena de los
desiertos que de noche se transforman
en un tapiz de luces y de sueños;
en la duda, el misterio y el milagro
de un gesto amable de otro ser humano
que con su humanidad nos dignifica.
Es bien sencillo, el mundo excede
al más sensacional de los museos.
La naturaleza es tan grandiosa,
tantas son sus criaturas y de tanta
belleza, perfección y hermosura,
que ninguna creación humana puede
igualar en bondad sus propiedades.
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| Fuente: Wikipedia |



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