Cuando murieron mis padres, una de mis hermanas me hizo llegar dos cuadernos que se encontraban entre los objetos que aparecieron al limpiar el piso. El primero, el de papel milimetrado, es de mi época escolar (tenía 8 o 9 años). Cuando los recibí, eché un vistazo y los metí en una carpeta. Hace unos días la carpeta y todo su contenido terminó en el contenedor de papel. No soy nada nostálgico y prefiero deshacerme de todo lastre antes que dejar ese trabajo a quien pueda venir detrás. En cualquier caso, antes de tirarlos, fotografié algunas páginas por si las utilizaba en este blog. Hoy las saco a relucir.
La verdad es que darían para realizar multitud de comentarios: sobre la escuela de los años 60, sobre costumbres y escritura, sobre contenidos, sobre mi falta de atención y mi penosa ortografía...
Es esto último lo que más me sorprende hoy en unos cuadernos donde yo escribía lo que se me indicaba, pero que nadie corregía. A la vista están esos errores tan abultados y notorios como la confusión entre la b y la v, la mayúscula de los nombres de los meses o la falta casi absoluta de tildes...
Sin embargo, de todos los deslices que se pueden apreciar en estas pocas páginas, los que más me divierten y me asombran son los que aparecen en las resoluciones del segundo y tercer problemas. En ambos, según parece, me puse a resolver el anterior, como si hubiera olvidado la inmediata lectura del problema y alguien me hubiera advertido de que había entrado en un bucle, pues me volvía a entretener con el anterior (?). Que eso me ocurriera dos veces de forma continua habla bastante mal de mi grado de atención. Dicho esto, advertid que el segundo, ademças, está mal resuelto.
El segundo cuaderno pertenece a mi estancia en el instituto. De este recuerdo más cosas porque yo entonces tenía 14 años (15 justo al terminar el curso). Se trata de un cuaderno que teníamos que presentar antes de que el curso terminara. En él debían plasmarse esquemas de todos los temas que la profesora había ido explicando durante el mismo. Obligatoriamente, cada esquema tenía que aparecer acompañado por algún dibujo realizado a mano o algún otro material (no valían fotografías) como hojas, por ejemplo, siempre y cuando el tema lo permitiera (esto solamente afectaba a los temas botánicos).
Como bien figura en la primera página, yo estaba en 5º de bachiller y la existencia de las tildes seguían siendo un auténtico problema para mí. Muy significativo es que mi propio apellido figurase sin ella nada más abrir el cuaderno.
Creo recordar, pero es sabido que los recuerdos los ordena el capricho a su entera voluntad, que empecé a ser consciente del uso de las tildes gracias a una gran profesora que tuve en COU, con la que descubrí el más fascinante y entretenido mundo de la literatura en general y de la poesía en particular. Su nombre: Milagros Polo. Si hacéis clic aquí podréis ver sus trabajos como investigadora.
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