Editorial Traductor: Antonio Martínez Sarrión |
Habiendo estado en París la semana pasada, me debo a mí mismo y, por supuesto, a la ciudad, la delicadeza de que este miércoles figure aquí un poeta francés, más exactamente parisino.
Para este miércoles he elegido el que puede ser el poema más esclarecedor del quehacer poético de Mallarmé, poeta siempre difícil, riguroso y que exige del lector una atención constante.
Veamos el poema:
DON DEL POEMA
¡Aquí te traigo el hijo de una noche idumea!
Negra, de ala sangrante y pálida, sin plumas,
por el cristal que, al fuego, de oros y aroma ardía,
por los gélidos rombos de un vidrio opaco aún,
se coló el alba rumbo a la impoluta lámpara.
¡Palmas! Y cuando al fin presentó la reliquia
a ese padre que esboza una sonrisa hostil,
la soledad azul y estéril ha temblado.
¡Oh nodriza! con tu hija y tu inocencia
y tus helados pies, acoge el triste fruto.
Con tu voz que recuerda viola y clavecín
¿oprimirás con dedo marchito el seno suave
donde fluye la hembra en blancor sibilino
para labios que el virgen azul del aire buscan?
La primera pista viene dada por el título. El poeta no nos va a contar historias de personas, ni nos va a seducir con algún acontecimiento, un paisaje o alguna otra realidad exterior. Nos va a hablar del poema, de la poesía, de la escritura y sus dificultades. Estamos ante una poética.
En el primer verso nos presenta el poema como un hijo del que el poeta es padre, pues él es el autor. El poema ha sido escrito durante la noche y el que la noche sea idumea nos remite a "Herodías", ese largo poema en el que estuvo trabajando prácticamente durante toda su vida desde que comenzó a redactar los primeros versos allá por 1864.
Aclarado este tema, todo lo demás resulta más comprensible, aunque conviene recordar el simbolismo del azul para el parisino. Lo azul es en su poesía la manera de evocar la belleza y el sueño. Así, pues, en estos catorce versos estamos leyendo la resistencia que pone la contingencia al trabajo del poeta. El amanecer es negro y se parece a un pájaro herido, porque representa el disgusto del escritor ante la llegada del día, que le va a impedir seguir escribiendo. Así, también, su obra, su poema, considerado una reliquia, pues no deja de ser un remanente de lo que en principio el autor tenía pensado. El poema termina pidiendo para sí la leche nutricia (blancor sibilino) que alimenta a los recién nacidos, en este caso el don, la cualidad de expresar con precisión y exactitud aquello que no alcanza a expresar todavía.
Seguramente, en el aparato de imágenes que utiliza Mallarmé en esta composición influyó el hecho de que su hija Geneviève hubiera nacido un año antes de la escritura de este poema.
En su lengua original, el poema es profundamente melódico:
DON DU POÈME
Je t’apporte l’enfant d’une nuit d’Idumée !
Noire, à l’aile saignante et pâle, déplumée,
Par le verre brûlé d’aromates et d’or,
Par les carreaux glacés, hélas! mornes encor
L’aurore se jeta sur la lampe angélique,
Palmes! et quand elle a montré cette relique
A ce père essayant un sourire ennemi,
La solitude bleue et stérile a frémi.
Ô la berceuse, avec ta fille et l’innocence
De vos pieds froids, accueille une horrible naissance
Et ta voix rappelant viole et clavecin,
Avec le doigt fané presseras-tu le sein
Par qui coule en blancheur sibylline la femme
Pour des lèvres que l’air du vierge azur affame?
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