Editorial |
He tenido la suerte de leer todos los poemarios de Karmelo C. Iribarren y este último incluso antes de que se publicara. No es que esto tenga ninguna importancia, pero a mí me hace ilusión.
En este La última del domingo Iribarren sigue siendo Iribarren en toda su plenitud y se mantiene fiel a su inconfundible y personalísimo estilo: una mirada desengañada sobre el mundo a lo Baroja, unas gotas de tristeza, un cierto afecto por lo ajado-cotidiano, un vivo ingenio y una construcción limpia del poema con sorpresa final.
Os dejo el poema que abre la colección y el que la cierra:
LA RUTINA
Quién sabe si por su lentitud
o porque sus colores
preferidos
son el gris
y el azul desgastado, sin brillo,
de las chaquetas de los oficinistas,
no goza entre los jóvenes
de buena prensa.
De todo lo bueno que les pasa de largo
la responsabilizan a ella.
Los viejos, sin embargo, incluso rezan
para que no falte a la cita
al día siguiente.
Detesta las euforias
desmedidas, las sorpresas
y el culto excesivo a la esperanza.
No le hace falta más que un rato
para bajarle los humos
a lo espectacular.
Después de las catástrofes y las guerras,
después del infierno del desamor,
aparece ella,
como si nada,
y te ayuda a seguir adelante.
LA ÚLTIMA DEL DOMINGO
El cielo tiene color
de tinta china.
Allí enfrente,
paralelos al río, los árboles
—esqueléticos, temblando—
parecen colocados
para su ejecución.
No hay un alma en la calle,
ni luz en las ventanas,
ni apenas tráfico en la autopista.
No hay vida.
Y, sin embargo,
no está todo perdido.
Aquí abajo, en la plaza,
acaba de encenderse
el neón de El Álamo.
Bajaremos
a defender el fuerte.
Feliz año y felices lecturas
***
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