Ejemplar de la Biblioteca Central. Traducción: Andrés Catalán. Ilustraciones: Eugenia Ábalos. |
Aunque este libro no está dedicado a recoger la poesía de uno de los más destacados representantes del trascendentalismo americano, lo cierto es que para acompañar sus reflexiones sobre la naturaleza recoge al final una docena de poemas. De él me valgo hoy para esta sección de los miércoles.
EL RODODENDRO
Al preguntarme: ¿de dónde la flor?
En mayo, cuando los vientos marítimos
atravesaban nuestras soledades, me encontré
al fresco rododendro en el bosque, con sus flores
sin hojas desplegadas en un húmedo rincón,
para complacer al arroyo desierto y estancado.
Los pétalos morados, caídos en la charca,
alegraban con su belleza el agua oscura; tal vez
el cardenal acuda aquí a refrescar su plumaje,
y a cortejar la flor que desmerece su atavío.
¡Rododendro!, si los sabios te preguntan la razón
de este derroche en la tierra y los cielos,
diles, ay, que si los ojos están hechos para ver,
la Belleza justifica por sí sola su existencia:
¿por qué estabas allí, oh rival de la rosa?,
nunca se me ocurrió preguntarlo, nunca lo averigüé,
pero, en mi simple ignorancia, supongo
que el mismísimo Poder que me trajo a mí te trajo a ti.
La foto estaba aguardando su momento para manifestarse y hoy lo ha encontrado
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