jueves, 8 de junio de 2023

EL MEJOR DE LOS MUNDOS POSIBLES, Leibniz

Librería con algún ejemplar.
Traducción: Patricio Azcárate.
En otro tiempo no me hubiera molestado en dedicarle a Leibniz y su argumento acerca del mejor de los mundos posibles ni una línea. Creo que los muchos años transcurridos desde que me regalaron este ejemplar (cuando lo hicieron, la edición ya era más que una rareza, es de ¡1946!), la mayor capacidad para aceptar lecturas alejadas de mis intereses y opiniones, y el hecho de que el libro haya sobrevivido sin deshacerse literalmente entre mis manos, me hacen mirar estos dos parágrafos de la primera parte casi con ternura. 

Por cierto, aunque Leibniz fue un prolífico escritor que cultivó todos los saberes —¿es necesario recordar su descubrimiento del cálculo infinitesimal y la polémica sobre la cuestión de quién fue primero, si él o Newton?—, solamente publicó en vida esta Teodicea, lo demás fue apareciendo con posterioridad a su muerte, y la mayor parte durante el siglo XX. 

Hala, leed con atención:

§ 7. Dios es la primera razón de las cosas, porque las que son limitadas, como todo lo que vemos y experimentamos, son contingentes, y nada hay en ellas que haga necesaria su existencia; siendo muy claro que el tiempo, el espacio y la materia, homogéneos y uniformes en sí mismos e indiferentes a todo, podían muy bien recibir cualesquiera otros movimientos y figuras y en un orden distinto. Por consiguiente, es preciso buscar la razón de la existencia del mundo, que es el conjunto todo de las cosas contingentes y es necesario buscarla en la sustancia que tenga en sí misma la razón de su propia existencia y que sea por lo mismo necesaria y eterna. Es preciso también que esta causa sea inteligente; porque siendo contingente este mundo que existe, y siendo igualmente posibles una infinidad de otros mundos, y aspirantes también a la existencia, por decirlo así, lo mismo que aquél, es imprescindible que la causa del mundo haya tenido en cuenta o consideración todos estos mundos posibles al determinar uno. Y esta consideración o relación de una sustancia existente respecto a las simples posibilidades, no puede ser otra cosa que el entendimiento en que se dan las ideas de todas ellas, y el determinar la existencia de una, no significa otra cosa que el acto de la voluntad que escoge; y el poder de esta sustancia es el que hace que esa voluntad sea eficaz. El poder se encamina al ser, la sabiduría o el entendimiento a lo verdadero, y la voluntad al bien. Y esta causa inteligente debe ser infinita en todos conceptos, y absolutamente perfecta en poder, en sabiduría y en bondad, puesto que alcanza a todo lo que es posible. Y como todo se liga, no da lugar a admitir más que una. Su entendimiento es él origen de las esencias, y su voluntad es el origen de las existencias. He aquí en pocas palabras la prueba de un Dios único con sus perfecciones, y por su medio el origen de las cosas. 

§ 8. Ahora bien: esta suprema sabiduría, unida a una bondad no menos infinita que ella, no ha podido menos de escoger lo mejor; porque como un mal menor es una especie de bien, lo mismo que un menor bien es una especie de mal si sirve de obstáculo a un bien mayor, habría algo que corregir en las acciones de Dios, si hubiera medio de hacer cosa mejor. Y así como en matemáticas cuando no hay máximo ni mínimo, nada distinto, todo se hace de una manera igual, o cuando esto no puede hacerse, no se hace nada absolutamente, lo mismo puede decirse, respecto de la perfecta sabiduría que no es menos precisa que las matemáticas, que si no hubiera habido lo mejor (optimum) entre todos los mundos posibles, Dios no hubiera producido ninguno. Llamo mundo a toda la serie y colección de todas las cosas existentes, para que no se diga que podrían existir muchos mundos en diferentes tiempos y en diferentes lugares; porque sería preciso contarlos todos a la vez como un mundo, o si se quiere, como un universo. Y aun cuando se llenaran todos los tiempos y todos los lugares, siempre resultaría que se les habría podido llenar de una infinidad de maneras, y que hay una infinidad de mundos posibles, de los cuales es imprescindible que Dios haya escogido el mejor, puesto que nada hace que no sea conforme a la suprema razón.

A quien haya sufrido un poquito con la lectura de estas líneas le recomiendo vivamente el capítulo que B. Russell dedica al filósofo alemán en la Historia de la filosofía occidental, página 580 de este pdf.

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