Entre las joyas extrañas (y más excelsas) a las que nos tiene acostumbrados la (también rara y excelsa) editorial Vaso Roto, está, en su colección de Arte, La entereza de los cuerpos despedazados, del psicoanalista Néstor Braunstein. En él, con rigor de médico pero con pasión de poeta, analiza e interpreta la fascinante obra del escultor michoacano Javier Marín. Sus esculturas son cuerpos transfigurados, transformados, traspasados por la subjetividad de un artista que, sin descuidar una mirada al pasado del arte (simbolizada por la interpretación que Walter Benjamin realizó del Angelus Novus, de Paul Klee), la proyecta después, con un claro tono expresionista, al presente y al futuro. Aquí, en esta proyección, jugará un papel fundamental la subjetividad de Marín, su propio cuerpo (y alma) fragmentado en infinidad de cuerpos que son él mismo autorretratado y que nos reflejarán también, en el entramado de espejos que estructuran la realidad, a nosotros mismos.
Braunstein habla de la obra del artista desde la obra misma, porque sabe que es la única forma de hacerlo; la obra se justificará a sí misma, sin permitir (y esto le honra y salva y eleva su interpretación) que la tentación psicoanalítica impregne dicho análisis; precaución y prudencia primera del buen crítico que, así, se muestra crítico de sí mismo, respetando la obra de Marín por lo que es y, sobre todo, por lo que no es. Respetando, en fin, lo esencial inexpugnable y el misterio de toda obra de arte.
Una delicia estética, sin duda, leer los cinco textos que forman el libro; desde Léase con precaución: del psicoanalista como crítico de arte, donde precisamente habla de las cortapisas impuestas al psicoanalista (y al crítico en general) en su tarea crítica; Los ángeles ausentes de Javier Marín, en el que habla del Retablo de la Catedral de Zacatecas, encomendada al escultor, de las alas de tal retablo amputadas al cuerpo angelical ausente; pasando por Javier Marín, inventor de cuerpos despedazados y ¿Un escultor expresionista?, donde profundiza en la veta expresionista de su obra; acabando con Ética y escultura, donde se introduce la variable histórica que nos afecta a todos y, por supuesto, también a los cuerpos esculpidos de Marín (y, por ende, a su propio cuerpo), perdiendo su perfección y su inocencia y siendo, irremediablemente, dañados por la realidad y por los acontecimientos (eminentemente trágicos) que nos rodean.
Si a lo anterior, además, añadimos las fotografías de las esculturas de Javier Marín (extraídas de su propio archivo) tenemos un libro imprescindible para entender no sólo la obra de un magnifico escultor, sino para entender también cuál debe ser la tarea del artista, del arte en general y del crítico en particular.
Hay libros de los que se sale con los sentidos agudizados y la inteligencia avituallada. Este es, sin duda, uno de ellos.
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